Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 24/03/2014
Las palabras herían, y la lengua era el medio de
comunicación, lucha y monopolio de la lógica. Así hemos vivido nuestra relación
con la lengua: leemos, escribimos, escuchamos y hablamos para sentir que
estamos vivos, pues la vida se cuela en los conceptos de la lengua, se asienta
en las letras y sonidos y hace de las palabras un medio para unir, comunicar y
llegar.
Pero desde que hemos descubierto que la traicionamos y que
los ingentes sacrificios que el pueblo sirio ofrece y ha ofrecido están
amenazados de no servir para nada, y que la tragedia siria –que es la más
grande en la historia contemporánea de los árabes- ha sido apuñalada por la
espalda, nos preguntamos por la utilidad de las palabras.
Es la revolución traicionada: no es lógico que a lo largo de
tres años hayamos pasado de una boda de sangre popular siria, que prendió uno
de los más grandes levantamientos populares de nuestra historia, a este
adulterio que convierte la sangre siria derramada en un trapo bajo los pies de
los dictadores. Y cuando la traición, la indiferencia y la impotencia ganan, la
lengua es la segunda víctima, porque las palabras se agotan, los valores se
destruyen y los significados se desvanecen.
No sé exactamente qué esta pasando sobre el terreno en Siria
porque las noticias sobre los enfrentamientos son contradictorias. ¿Yabrud cayó
o fue entregada? ¿El Castillo de los Caballeros de Homs quebró o fue
traicionado? ¿Quién lucha y cómo? Todo comenzó como una lucha, pero lo que sé
es que hay una mentira que comienza a difundirse, que es que la lucha en Siria
se dirime entre el fundamentalismo y el régimen, y que la revolución fue un
error porque los manifestantes salieron de las mezquitas, y que el punto al que
ha llegado al convertirse en una lucha entre corrientes fundamentalistas
militarizadas por un lado, y el régimen despótico aliado con otro
fundamentalismo militarizado era inevitable.
Esta mentira pretendidamente inocente no tiene nada de
inocente, más que en el caso los alegatos de inocencia de algunos intelectuales
que tiemblan de pánico ante la gente y que resultan repugnantes. No, el camino
seguido por la revolución siria no era inevitable, ni es el resultado de una
falta de madurez democrática del pueblo sirio, sino resultado de la confluencia
de una serie de factores que solo pueden llamarse de una manera: traición.
No voy a detenerme en la traición occidental a la
revolución, porque quien se encomendó al apoyo estadounidense o era un
ignorante o era tonto. Al imperio estadounidense nunca le interesó la
liberación de los pueblos, sino que, por el contrario, le interesaba
humillarlos y destruir su voluntad, especialmente en el Levante árabe donde los
intereses estadounidenses confluyen con los israelíes hasta el punto de
complementarse. En cuanto al viejo continente europeo, está mayor y ya no
rejuvenece más que con la nostalgia de un tiempo colonial pasado, sin
interesarle más que confirmar que la independencia nacional paralizó sus
misiones de introducción de la civilización a pueblos retrasados y bárbaros.
En cambio, si me detendré en dos traiciones:
La primera es la ilusión que invadió las mentes de algunos,
de que la intervención extranjera llegaría seguro, y que el modelo libio se
repetiría en Siria. Esta ilusión ha provocado la debilidad de los líderes
opositores y que no se hayan tomado con seriedad la revolución como una lucha
siria, ya sea en el nivel de la organización o en el nivel del diseño de programas
políticos claros. Así, han metido a la revolución en luchas sin sentido y la
han hecho dependiente de los regímenes árabes del Golfo, que no ven en la
revolución más que un medio para vengarse de la creciente influencia iraní. Esta ilusión no es un grave error
político, sino una traición en el más amplio sentido de la palabra, porque ha
metido la lucha popular en una serie de esperanzas que han provocado sucesivas
frustraciones, permitiendo el desplome de las iniciativas populares que habían
creado los comités y después la experiencia del ejército libre.
La segunda traición es la regional, árabe y turca, cuyas
promesas de apoyo no eran más que ilusiones porque no se atrevían a superar el
límite puesto estadounidense y porque estaban interesados en colarse en la
revolución y romper sus filas, destruyendo su sueño de democracia por medio de
la creación de fuerzas militares fundamentalistas que no tardaron en destruir
la experiencia del ejército libre y convertirla en despojos. El régimen logró
aprovechar esto haciendo uso de su experiencia con los fundamentalistas y Al-Qaeda
en Iraq.
Estas dos traiciones no habrían tomado esta triste forma si
no hubiera sido por la incomprensión por parte de las élites seculares,
izquierdistas y liberales de su papel en la etapa de transformación de la
revolución pacífica en un levantamiento armado, siendo esta incomprensión un
tercer tipo de traición.
No se recurrió a las armas por decisión, sino como reacción
popular espontánea al salvajismo del aparato de represión. Esta es la realidad
del inicio de la toma de las armas, y cualquier otra versión que no vea más que
una conspiración no sirve más que para tergiversar la lucha popular siria. Sin
embargo la triste ausencia de esas élites en el levantamiento armado abrió un
gran boquete por el cual se colaron los fundamentalismos del Golfo y de
Al-Qaeda, hasta dominar casi por completo la acción armada y empezar a imponer
sus agendas particulares.
Puede que encontremos justificaciones a esta insuficiencia e
incapacidad, como decir que cuatro décadas de represión habían bastado para
destruir toda forma de régimen político futuro, o que la brutalidad de la
represión del régimen de los servicios secretos era tal que impedía la
conformación de toda forma organizativa, o que el núcleo del ejército libre no
tenía ayuda económica ni logística. Todas ellas son relativamente válidas, pero
no bastan, porque debe reconocerse que la izquierda, que dio un salto
cualitativo adoptando los valores de la libertad política liberal, necesita una
reedificación radical. Y ello ha de ser liberándose de la constricción de una
realidad dominada por el balbuceo y que deja la práctica a un lado, sin estar
dispuesta a abandonar las posturas de la clase media. Mientras, los nuevos
valores culturales no encuentran más lugar para desarrollar su acción que las
redes sociales tras el desplome de la actividad de los comités locales bajo la
represión.
Esta izquierda liberal, o este izquierdismo liberalista debe
cambiar, antes de que sea tarde, su postura ante la lucha y delimitar su
discurso contrario a la intervención extranjera, sea iraní, rusa, de milicias,
del Golfo, estadounidense o israelí. Del mismo modo, las sospechosas llamadas a
aliarse con Israel que hace la política estadounidense deben ser condenadas y
desechadas, porque esta traición recetada no es más que una invitación al
suicidio.
En mitad de toda esta traición, hay que afirmar lo innegable:
No hay vuelta atrás, porque atrás no encontraremos más que
la muerte.
No es posible mantener a la dinastía Asad en el poder, pase
lo que pase.
Sobre estas dos afirmaciones debemos reconstruir
nuestra lengua, que ahora se parece más al silencio, a lo largo de este extenso
camino adoquinado de sangre, destrucción y lágrimas.
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