Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Yassin Al Haj Saleh
Fecha: 18/07/2014
Cerca de 200 mil víctimas, la destrucción de un cuarto de
las viviendas del país y la emigración forzada de un 40% de la población no
bastan para confeccionar una “causa siria”. La causa siria no es la suma del
dolor de los sirios, sino que ese es tan solo el significado humano que los
sirios sacarán de su dolor o que relacionarán con él, el significado que quedará
unido a su lucha, haciendo de su nombre y su tragedia un símbolo que otros puedan
recuperar para su propia lucha.
Tampoco basta que los datos y la información identifiquen
como responsable de esta gran tragedia histórica al régimen asadiano. Ciertamente,
podría haberse evitado la tragedia humana, material y psicológica que se ha
cernido sobre el país, si los líderes del Estado asadiano hubieran tenido la
tibieza de Hosni Mubarak. Pero durante estos 40 meses, en la lucha siria han
entrado grupos islamistas suníes que ni hicieron estallar la revolución ni
participaron en ella durante meses, pero que hoy conforman una parte importante
de las fuerzas armadas enfrentadas. Y junto a ellas y en su contra, hay fuerzas
islamistas chiíes no enfrentadas entre sí y que además están del lado del
régimen. En su conjunto, estos grupos suníes y chiíes dan lugar a dos problemas
interconectados: el problema sectario y las posturas que adoptan los grupos
religiosos y confesionales en los diversos países, y después, el problema
religioso islámico y la situación del islam en los estados y sociedades donde
domina. Y parece que esos dos problemas son anteriores a la revolución siria,
aunque hayan aparecido con especial fuerza a raíz de esta.
En un segundo plano de la lucha y camuflándose con ella, e
incluso pasando a primer plano en ocasiones, está el papel estructural israelí
y estadounidense, continuo y firme. Su papel no puede eliminarse, ni tampoco
puede reducirse su importancia, aunque no siempre se vea o participe directamente
en la lucha. Súmese a ello que la situación de nuestro país y nuestra región no
puede entenderse sin tener en cuenta la larga alianza entre los señores
internacionales y regionales. Los escasos datos que tenemos nos dicen que la
administración estadounidense ha adoptado la visión israelí de cara a la
revolución siria, según se puede dilucidar de las memorias de Hillary Clinton
publicadas recientemente. Israel prefiere un régimen cuya política hacia él sea
tan predecible como si de un libro abierto se tratase. Si eso no es posible,
entonces que se prolongue la lucha en Siria hasta que quede desangrada
material, política y psicológicamente (la versión israelí de “Asad o quemamos
el país”).
Este papel que tampoco podemos exagerar ha aumentado la
complejidad y podredumbre de la lucha siria. Los dos aliados están apoyando al
asesino y las fuerzas de destrucción contra todos los sirios que se han
levantado contra él. Así, se encuentran en el mismo bando que Irán, con quien
intentan lograr acuerdos a costa del cuerpo sirio lacerado. Esta realidad no
puede ignorarse, ni desde el conocimiento de la situación, ni desde la política
y la efectividad de la acción política, ni tampoco desde los valores y los
principios de la justicia.
La situación actual de la lucha en Siria está conformada por
el conjunto de la interacción de tres fuerzas sin ley: el estado asadiano y sus
aliados, los grupos islamitas combatientes y enfrentados y la alianza israeli-estadounidense.
Todo ello hace de esta lucha algo trágico, porque la cuestión no tiene que ver con
un único enemigo de la liberación de los sirios, que sería el régimen, ni con
dos enemigos –el régimen y los islamistas-, sino que se les une el dúo
hegemónico internacional y regional: EEUU e Israel. Y de una lucha de
liberación en el marco nacional, la cuestión siria hoy tiene una dimensión
regional básica, pero también internacional. Ello es lo que hace de esta causa,
en principio, una causa de liberación regional y mundial.
Las tres dimensiones tienen sus prolongaciones internacionales
e históricas, pues el régimen sirio forma parte de la alianza regional sectaria
que engloba a Irán y su séquito, como Maliki o Hezbollah, que se retrotrae a
una dimensión histórica y mitológica que llega hasta los primeros tiempos del
islam. Mientras, las fuerzas políticas islámicas y militares están unidas por
una red regional suní que engloba a estados del Golfo, grupos y organizaciones,
y se trata de una red que también se retrotrae a su propia dimensión histórica
y mitológica que llega hasta los inicios del islam. En cuanto a EEUU e Israel,
son dos fuerzas hegemónicas internacional y regional con una extensa y amplia
prolongación internacional dominante en Occidente, y una prolongación histórica
de las antiguas doctrinas apocalípticas y promesas legendarias. Se trata de dos
fuerzas donde la conciencia sectaria propia de sus élites no se debilita nunca,
sobre todo si se trata de nuestra región. El sectarismo, en cualquier nivel
ideológico es autoridad y clase, y no una religión o una ideología identitaria.
Pero esta triple condición es lo que hace de la construcción
de un significado claro de la lucha algo muy complicado. Hablábamos con razón
de una revolución contra un régimen dictatorial y despótico. Con la aparición
de los grupos islamistas que ejercen la autoridad sobre el terreno y repiten
las acciones del régimen contra la población, nos encontramos ante una lucha
compleja, que supone una mezcla entre la liberación política y la liberación
religiosa. Pero nos sigue faltando un concepto para llamar a esta lucha, y la cosa
se complica más cuando se tiene en cuenta el papel estadounidense e israelí,
como una especie de destino funesto e inevitable que gobierna sobre nuestras
vidas. Así, al no poderse construir la cuestión siria sin tener en cuenta
esta realidad tridimensional, la calificación de tragedia para una lucha en
tres frentes dificulta enormemente la construcción de su significado.
El concepto o valor que puede unir esta lucha es la adopción
de la liberación política, de la que parten después la liberación espiritual y
la independencia de la voluntad de todo individuo de la de la voluntad general.
Nuestra lucha en Siria es una mezcla de un movimiento de liberación nacional en
lucha con una nueva generación de colonialistas -Irán y sus instrumentos, e ISIS
y sus semejantes-, y no solo los antiguos colonialistas, una revolución
democrática y un movimiento de liberación religiosa.
Pero mientras podría ser posible enfrentarse a un solo
enemigo mediante la guerra, enfrentarse a dos exige ejercer la política
también, y enfrentare a tres enemigos exige una cultura de partida. O tal vez
lo que exige sea una refundación: refundarnos a nosotros mismos de forma que no
nos aislemos del mundo ni nos situemos en un enfrentamiento absurdo con él,
como hacen hoy los islamistas, una posición que no esté por debajo de nuestras
aspiraciones de jugar un papel a nivel mundial que esté a la altura de nuestra
sed por la dignidad colectiva. Decir que la cultura es donde hemos de
refundarnos no supone que esa refundación sea un acto de meditación, sino que
es un acto de lucha, aunque no esté dirigido exclusivamente hacia la
efectividad política. Todo lo que tiene valor cultural en nuestra era ha venido
de la participación directa en la lucha y no de meditaciones proféticas desde
la distancia. La cultura es una política intensiva según el dicho de Lenin de
que la política es una economía intensiva.
La construcción de nuestra causa como una de emancipación
humana general puede constituir una respuesta seria contra la destrucción de nuestro
país.
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