Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 05/05/2014
Desde que estallaron las protestas populares en Siria en
marzo de 2011, los partidarios del régimen dictatorial, a los que los sirios
llaman “shabbiha”, hicieron suyos dos eslóganes.
El primero es “Asad o quemamos el país”, a colación del cual
comenzaron los incendios y las calles de las ciudades y municipios se llenaron
de los cuerpos de las víctimas mortales. El régimen comenzó a quemar el país
antes de que la oposición siria disparara una sola bala. El régimen respondió a las flores y el agua que Ghiath Mátar ofreció
a los soldados sirios, devolviendo su cadáver deformado a su familia. Del mismo
moo, la respuesta a las manifestaciones pacíficas en Daraa fue el cuerpo
mutilado del niño Hamza al-Khatib, mientras que la garganta de Qashoush fue
arrancada antes de tirar el cadáver del cantor popular al río Orontes.
Nunca antes se habían utilizado tanques para reprimir
manifestaciones ni un poder se había erigido con tal brutalidad como lo ha
hecho el régimen del hijo, que solo memorizó de la historia de su padre la
masacre de Hama, la eliminación de la sociedad siria por medio del silencio y
el aplastamiento de la oposición en la terrible cárcel de Tadmor (Palmira). El
régimen comenzó a quemar el país de forma brutal y sin justificación, porque el
torrente de violencia empleado no pretendía simplemente reprimir las
manifestaciones y a los manifestantes para apagar el fuego de las protestas
populares, sino que pretendía dar una lección al pueblo sirio que no olvidaría
en toda la eternidad.
Y la eternidad, como sabe todo el mundo, es el objetivo de
los locos del poder y el punto débil de todos los déspotas. Si la locura llevó
al emperador romano Calígula a anunciar que quería la Luna, como en la obra “El
emperador” de Albert Camus, el rey moribundo quería simplemente una eternidad
imposible, como en la obra de Eugène Ionesco titulada “El rey se muere”. Sin
embargo, la imaginación despótica de Al Asad padre superaba a la de todos sus
predecesores, por lo que los lemas en su apoyo pasaron de referirse a él como
“nuestro presidente eterno” a “nuestro presidente para toda la eternidad y más
allá”. Nunca pude comprender el significado de “más allá de la eternindad”
hasta que vi cómo su hijo ejecutaba la eternidad de su padre quemando y
destruyendo Siria, para pasar a la etapa de más allá de la eternidad al
presentarse para erigirse como presidente sobre los escombros.
“Asad o quemamos el país”. Los shabbiha y sus aliados rusos
e iraníes, junto con los milicianos que los ayudan han logrado quemar el país,
o más bien, han logrado atraer a las milicias que emulan su despotismo para que
ejerzan su autoritarismo sobre el pueblo sirio, aplastando y dominándolo [1]
como él. Y se trata esta de una cuestión que debemos tener en cuenta para ver
quién es responsable de este desplome, y para juzgar a los dirigentes de la
oposición y del ESL, sin olvidar el papel jugado por el petróleo del Golfo,
además de la maldad y la villanía de los árabes y de todos los que aullaban su
apoyo a la causa de la libertad del pueblo sirio. La opción era Asad o quemar
el país. El país se ha quemado, el pueblo ha sido desplazado. Entonces, ¿por
qué debería quedar Asad? La conjunción “o” implica una disyuntiva que hace
imposible que Asad se quede una vez llegado el incendio. Sin embargo, el
régimen parece tener una manera propia de entender y utilizar la gramática de
la lengua.
Así, el régimen pasó a aplicar su segundo lema: “Asad o
nadie”. Si la eternidad suponía quemar Siria, el “más allá de la eternidad”
supone entrar en un mundo inventado por la mente de un enfermo insaciable de
sangre, y que no busca más que seguir vengándose eternamente del “siervo” que se rebeló contra su señor.
El apoyo infinito que recibió y sigue recibiendo el régimen le ha permitido
poner en práctica su segundo lema, pero la trágica realidad siria ha
introducido un cambio en él, cambiando la “o” por “y”. No hace falta hacer un
gran esfuerzo lingüístico, pues cambiar una conjunción por otra es muy
sencillo. Así, el lema ha pasado a ser: “Asad y nadie”. Es decir, que las dos
opciones entre “El señor presidente” (título de la novela de Miguel Ángel
Asturias sobre el despotismo de América Latina) y entre el vacío o el nadie ya
no sirve, porque el presidente mismo empezó ese mismo nadie. Bashar al-Asad
será elegido presidente al ritmo de los barriles y la sangre en un país
desmembrado, y mantendrá la honra de ese nombre durante otros siete años, o eso
es al menos.
Pero ¿quién es hoy ese hombre?
¿Se trata acaso del Secretario General del partido Baaz, que
lo apoya y ha delegado en milicias fundamentalistas iraquíes y libanesas para
luchar con él? ¿O del líder del antiimperialismo que ha entregado sus armas
químicas a cambio de mantenerse en el poder? ¿Es acaso el héroe que ha
completado la memoria de la masacre de Tell Zaatar con el presente de la
desgracia del campamento de Yarmuk? ¿O quizás el héroe del Golán que no ha disparado
una sola bala allí en cuatro décadas? ¿Será tal vez el líder máximo de un
ejército que no dirige, sino que este es dirigido por la guardia Revolucionaria
iraní? ¿O bien, se trata del hijo que olvidó el secreto de su padre de que
Siria fuera un jugador regional sobre las calaveras de sus hijos y que ha
mantenido el muro de calaveras de Hulagu, renunciando a su papel como jugador y
convirtiendo Siria en un campo en que compiten todas las fuerzas regionales e
internacionales?
Asad… Y nadie. Asad es ese nadie. Es un ser nebuloso que
nada entre sangre y entrañas y que pretende ser presidente de una república que
ya no existe. Eso es el “más allá de la eternidad” que nos anunciaban sus
secuaces cuando colgaban sus eslóganes, tiempo atrás, en la entrada de Trípoli,
o la ciudad de la opresión y la sangre, que sigue pagando en la sangre de sus
hijos el precio de la eternidad asadiana y lo que va más allá.
[1] El autor utiliza dos verbos creados a partir de los
nombres en árabe de ISIL (Da’esh) y del Frente de Al-Nusra, gracias a la
capacidad de derivación morfológica y semántica del árabe, que además adquieren
los significados por los que se les ha traducido por aproximación a verbos muy
similares.
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