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sábado, 21 de diciembre de 2024

La constitución, el gobierno constitucional y la historia siria: de la necesidad de una asamblea constituyente elegida que elabore la constitución del país

Texto original: Al-Jumhuriya
Autor: Yassin al-Haj Saleh
Fecha: 19/12/2024




El señor Ahmad al-Sharaa dijo hace unos días que un comité de expertos está trabajando en la elaboración de una nueva constitución siria. Esto no está bien: la constitución es la ley fundamental del Estado, el equivalente legal de la soberanía, el documento que prevalece sobre el resto y, por ello, debe emanar de una asamblea constituyente elegida, que responda ante sí misma por haber sido elegida y que no dependa de un comité de expertos dirigido por quien lo ha nombrado. Cualquier cosa que emane de un comité dirigido de esa manera no va a contar con más respeto general que las constituciones del difunto gobierno asadiano.

La idea de una constitución elaborada por un comité de expertos no es acorde a la gran transformación histórica que Siria está presenciando -la más grande de su historia desde la independencia- ni tampoco al principio de gobierno constitucional, que es un gobierno que está limitado y no es absoluto: todo lo contrario del gobierno asadiano. Tampoco es acorde con precedentes fundamentales de la historia siria anteriores a la eternidad asadiana. 

En primer lugar, el país está saliendo de un gobierno colonial interno, el gobierno de la tortura, las cárceles y las matanzas, en continuo estado de excepción, el gobierno de las instrucciones y las órdenes -y no de las leyes y la constitución-, de la política del "divide y vencerás" -y no del desarrollo de la confianza nacional entre la pluralidad siria-, del principio colonial de protección de las minorías, y no de la ciudadanía y la igualdad política y de derechos.

Todas estas son características coloniales, por lo que hacer uso de ese adjetivo no es para hablar mal del difunto gobierno dinástico. La estructura colonial interna fue lo que allanó el camino para que el régimen invocara a fuerzas coloniales externas para que vinieran a matar con él a sus gobernados: Irán, sus satélites y Rusia. Así, la misión que tienen hoy los sirios frente a sí, tras cerrar el capítulo del colonialismo interno, es la que se le impone a un país que se acaba de liberar del colonialismo: la construcción nacional. Es decir, la misión de construir un Estado y sus instituciones -particularmente, el ejército y las fuerzas de seguridad-, en cuya totalidad del territorio impere la seguridad, y en el que se desarmen todas las posibles milicias, quedando el monopolio de las armas en manos del gobierno estatal, como dijo Ahmad al-Sharaa con razón. Se trata también de unificar a Siria geográficamente. De esa construcción nacional, forma parte también la reforma de la infraestructura educativa, sanitaria y judicial y, naturalmente, la reparación de las infraestructuras públicas destruidas en gran medida. Asimismo, debe avanzarse en el expediente de la justicia transicional y el enjuiciamiento de los grandes delincuentes (que pueden ser varios centenares) y la inhabilitación política de sus colaboradores (que quizá sean varios miles) durante unos años determinados o de por vida. También debe descubrirse qué ha sido de los perdidos y desaparecidos forzosos, tanto en manos del régimen como de otras milicias que participaron en dicha tarea -de todos aquellos sirios que quedaron a su merced-, aprovechando que el país se había convertido en una selva o en un paraíso para el delito y la huida del castigo.

También forma parte de la construcción nacional todo el debate sirio previo que se ha producido en las redes sociales, en los periódicos, en las revistas, en los canales por satélite, en los seminarios electrónicos, etc., y que debe darse de forma menos espontánea y desordenada, logrando todo su alcance, aclarando sus problemas y materializando sus cuestiones. También forma parte de dicha construcción nacional la elección de una asamblea constituyente que elabore una constitución para el país, basándose en dicho debate público, la historia de la revolución siria y el conjunto de la historia del país como entidad política nacional moderna. No será una asamblea soberana si no se elige y la constitución no gobernará las leyes si no emana de una asamblea soberana. Dicha asamblea, tras la elaboración de la constitución, se transformará en un parlamento, o bien se disolverá y se elegirá un parlamento, asamblea nacional, consejo del pueblo…

Son muchas cosas que no pueden suceder de un día para otro: es necesaria una etapa de transición, un periodo de entre uno y dos años, durante los que se imponga la paz social, se calmen las reacciones, se relajen las almas, mejoren los servicios y se dé la oportunidad a las distintas sirias y sirios de organizar sus fuerzas y formar sus asociaciones y organizaciones políticas, sociales y profesionales, y permitir que la sociedad siria recupere algo de su carácter civil, de cara a las elecciones, la asamblea constituyente y la constitución.

Si tenemos en cuenta, vista nuestra experiencia histórica de la época poscolonial, que la piedra angular de la construcción nacional es la construcción ciudadana -es decir, invertir en la libertad de los sirios y la independencia de sus cerebros y mentes-, se verá que es necesario echar el freno y darnos a nosotros y nuestra sociedad la oportunidad de respirar y controlar el alma. Quizá, durante ese periodo de transición, se produzcan iniciativas para reforzar la paz civil: iniciativas civiles, pero también de las posibles fuerzas políticas y de la facción que actualmente domina.

Puede decirse que, en un año o dos, esta facción reforzará su posición e impondrá sus visiones y normas, por lo que no organizará un proceso electoral sin garantizar sus resultados previamente, algo que, en realidad, no es descartable si el ambiente le favorece. También puede existir, relacionada con el momento revolucionario actual, la idea de que es imperativo llevar a cabo la nueva fundación estatal ahora, tal vez en uno o dos meses, o quizá cuando termine el actual periodo de gobierno de Muhammad al Bashir el próximo mes de marzo, en lugar de dentro de uno o dos años. Pero es que simplemente eso no es posible. Geográficamente, el país sigue sin estar completo y las tres provincias de la zona de la Jazira, o importantes sectores de ellas, siguen fuera del control de la nueva autoridad. Además, celebrar elecciones generales sin ceñir las armas a la autoridad central deja a los potenciales electores bajo la autoridad de las milicias.

Si nos fijamos en las dinámicas que tenemos hoy ante nosotros, tal vez veamos que una nueva autoridad va tomando cada vez más forma, y que, al mismo tiempo, van apareciendo más y más resistencias. El ascenso y expansión de las resistencias sociales y su organización es en lo que debemos confiar de cara a un sistema político racional. La razón de un sistema político en un país es relacional y no es simplemente lo que está en las cabezas de los individuos que ocupan los puestos más altos del gobierno o sus agrupaciones. El sistema es menos racional cuando no se equilibra con algo que no sea la pluralidad religiosa y cultural, que es lo único en lo que piensan los islamistas, incapaces de superarla para llegar a la pluralidad política real, mucho más conectada con el mundo de hoy, las aspiraciones actuales de la gente y los intereses del presente. Más aún, solo esa pluralidad puede mantener el sistema político abierto a nuevas fuerzas y nuevas ideas. No nos ha faltado pluralidad religiosa y cultural en la era asadiana, sino que, por el contrario, se ha patrocinado de la forma más completa posible: lo que nos ha faltado es, específicamente, la pluralidad política y de organizaciones, programas y filosofías.

En lo que respecta únicamente a la pluralidad religiosa y confesional heredada, funciona la lógica de dar tranquilidad, que se adoptó durante los primeros días de la liberación de las grandes ciudades, pero está a punto de agotarse anticipadamente. Desde ahora, todo debe regularse con leyes y normas conocidas que remitan a la ciudadanía, los derechos humanos y las libertades generales. Hoy nos encontramos en un momento preconstitucional, el tiempo de la construcción de las organizaciones y los partidos, el tiempo de las experiencias y ejercicios de gestión de la vida pública en la nueva Siria, sobre bases fundamentadas en la pluralidad, el diálogo y la confianza.

Los sirios necesitan que un espíritu positivo domine en su país para recuperar su patriotismo (y sacarlo de las garras del sectarismo y las dependencias extranjeras). Hemos sido alienados y humillados durante décadas y la prioridad hoy es honrar ese sufrimiento terrible que la mayoría de sirios comparten de distintas maneras. La época de la humillación termina con la libertad y solo con ella, y no, claro, con un exceso de discursos sobre la dignidad. Y entre los significados de la libertad está que los sirios elegidos gobiernen su país y que exista alternancia en el poder por medio de elecciones libres celebradas periódicamente. Eso es lo que se supone que la constitución debe regular, una constitución que elaborarán quienes sean elegidos por el pueblo y no un comité de expertos desconocido, conformado quizá por personas como Obeida Arnaut [1], cuyos miembros sean escogidos por quienes ostentan la autoridad. 

Y no olvidemos, después de todo esto, que el objetivo de la constitución es que el gobierno sea constitucional: limitado y no absoluto. Y eso no se logrará si la constitución no emana de una estructura que solo responda ante sí, que en la historia de Siria se conoce como asamblea constituyente. Como expuso en su artículo de ayer en Al-JumhuriyaMuhammad Ali Atassi [2], ha de instaurarse un gobierno constitucional limitado en cuanto a competencias y a su tiempo de mandato, pues un gobierno no limitado lo más probable es que sea un monstruo abominable, un ogro. Y eso es lo que era hasta ahora. La idea de gobierno constitucional se basa en que no existen gobernantes que por su persona o creencia estén exentos de la corrupción y la tiranía, como demuestra más que de sobra nuestra historia y las de otros. Estar regulado por normas generales acordadas entre todos es lo único que protege a la sociedad de la tiranía. Dichas normas generales obligatorias son lo que llamamos constitución.

[1] Portavoz del gobierno de transición actual, que declaró que las mujeres no están capacitadas por su naturaleza biológica para determinados puestos, como el de Ministra de Defensa.

[2] Se trata de un artículo sobre la constitución siria de 1950. Puede leerse en árabe aquí.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Homs aquella noche: Testimonio de cómo la ciudad dejó de estar bajo el control del régimen de la eternidad

Texto original: Al-Jumhuriya

Autora: Muna Rafei

Fecha: 10/12/2024




En el principio era el verbo.

Mis ojos saltan entre las redes sociales, el WhatsApp y la televisión y mis oídos están enganchados a la ráfaga incesante de disparos, mientras mi corazón está a punto de detenerse de miedo y alegría. Mi cuerpo oscila hacia adelante y hacia atrás de forma inconsciente. Los chicos han llegado a Jalidiya, a los alrededores de al-Wa’r; espera, no, siguen en Deir Baalba. Bueno, siguen en la zona rural septentrional. El ruido de los aviones no cesa y tampoco lo hace el ruido de los misiles. Nos movemos haciendo uso únicamente de nuestros sentidos: nuestros ojos, nuestros oídos y nuestros corazones, que están a punto de salírsenos del pecho con cada novedad.

¿Un piti?
Vosotros os proveéis de comida; yo, de tabaco. Apuro el cigarro inmediatamente y el humo sale por todo mi cuerpo y no únicamente por la boca, porque en realidad me estoy quemando por dentro y el humo no es más que la exhalación del fuego encendido en el interior, mi interior lleno de esperanza, miedo, expectación, de lo que puede ser útil y de lo que es absurdo. «En el nombre de Dios, ha comenzado la liberación de Homs». La frase se repite: «En el nombre de Dios, en el principio era el Verbo». Y luego venía la acción -o quizá era al revés-, pero ya no importa. Lo que importa es que nuestros sentidos son los que funcionan; lo que importa es que nuestra sangre se ha tornado verde en nuestras venas [1] y que estamos a punto de arder por saber qué es lo que realmente ha pasado y quién ha vencido a quién, quién ha derrotado a quién y en manos de quién está cada palmo. Muchas preguntas, muchas, muchísimas; mucho, muchísimo miedo; muchos, muchísimos ruegos; muchas, muchísimas plegarias, e incluso los corazones más indiferentes hacia el Señor se han agarrado a él: Señor, por favor, Señor, los detenidos, los mártires, los que están en duelo, los heridos, los pacientes, los temerosos… No nos decepciones, por favor.

¿Un piti?

Los chicos peinan la ciudad, buscando células durmientes; los chicos se enzarzan con la seguridad y los shabbiha; no, negocian con las figuras principales de los pueblos cercanos para entrar y mantener a su gente segura. «En el nombre de Dios, ha comenzado la liberación de Homs». «Los chicos»: he escogido esta palabra entre otras (revolucionarios, combatientes, efectivos armados). Los llamo «chicos», a pesar de que no los conozco, a pesar de que en el futuro puedo tener miedo de un desconocido armado, pero es que son nuestros chicos, que tomaron unas armas con las que cargaban con la muerte en todo momento. Los llamo así porque muchos de ellos eran niños en el inicio de la revolución y después crecieron con ella, como hemos crecido nosotros. En el nombre de Dios, ha comenzado la liberación; en el nombre de Dios, ha comenzado, ha comenzado. Crecieron como hemos crecido nosotros y la prueba son las canas en nuestras cabelleras, las arrugas a las que no prestamos atención en nuestros rostros y el fragmento de corazón que llevamos con nosotros desde el comienzo de la revolución como parte originaria de nuestras costillas. Sí, hemos crecido, y con nosotros, nuestra desesperación, nuestra tristeza, nuestra represión, porque nuestra esperanza –y qué dolorosa es esta palabra ahora– la habíamos colocado a nuestra espalda, no como una carga, sino porque nos avergonzábamos de ella, pues parecía muy lejana e inalcanzable. Qué equivocados estábamos, qué poco conscientes éramos, pero trece años de nuestra vida se dice pronto, trece años. Es una vida entera. No sé si debemos reprocharnos nuestra desesperación o falta de fe, pero la justicia parecía muy, muy lejana. Seguimos viendo los ríos de sangre corriendo en Gaza, que parece nuestra propia sangre derramada para cuyo responsable no hemos visto que se hiciera justicia o se aplicasen las condenas adecuadas. La sangre sigue derramándose sin que nadie la detenga: ¿no tenemos derecho a desesperarnos un poco incluso por Su misericordia?

Que Dios me perdone.

¿Un piti?

Seguimos sin movernos del sitio, seguimos los acontecimientos sin casi poder creerlo. Parece una locura, algo surreal. Parece una situación alejada de la realidad, mucho mejor que la propia realidad. Devoro mis uñas mientras sigo las noticias de los avances en la ciudad. Tenemos ya una mala experiencia con eso, ya hemos tenido malas experiencias con los medios revolucionarios. ¿De verdad están cerca? ¿Al-Qusur?, ¿Al-Bayada?, ¿Jneina al-Alu? Bendito sea Dios, eso es mucho. Saco la cabeza por el balcón de mi casa y veo la profunda oscuridad que reina en la calle, con las pequeñas luces de los edificios de enfrente de personas que son como nosotros y que están a la espera de qué pasará después. Volver a esperar. Nuestro sino es esperar en este lugar infernal que se llama Siria, esperar lo desconocido, esperar la alegría, esperar la justicia, esperar la condena, esperar la muerte –no necesariamente la nuestra, sino la de aquellos a los que a veces nos hacen desear la muerte aunque no la encontremos. 

Qué largo y pesado se hace el tiempo sobre el alma. La calma ensordecedora entre cada ataque, entre disparo y disparo, es el origen de la historia; la calma que nuestras almas no conocen esta noche es esa a la que queremos llegar al final. Pero, ¿cómo vamos a alcanzarla si las noticias llegan a toda velocidad informando de avances y retrocesos, victorias y derrotas, entre una parte en la que tenemos puesta toda «nuestra esperanza», de la que nos avergonzamos, y otra parte en la que se ha quedado suspendida toda nuestra desesperación acumulada, que corre con nuestra sangre como sus glóbulos rojos pegajosos que solo vemos cuando se abre una nueva herida que nos saca de nuestro silencio? ¿Dónde estáis ahora, chicos? ¿Qué está pasando de verdad sobre el terreno que se supone que es nuestro, y qué le está sucediendo a nuestro enemigo? ¿Quién es nuestro enemigo? Nuestro enemigo es un monstruo enorme al que hace unos días no imaginábamos que nos podríamos enfrentar cara a cara, mirándonos a los ojos; un enemigo ante el que bajamos la cabeza llena de decepción y tristeza mientras se carcajeaba con vanidad e infundiendo miedo. El miedo, el miedo, el miedo. Señor, pon fin al miedo: aquí tenemos miedo, mucho miedo. Esta vez no tenemos miedo a la muerte, sino a una nueva derrota, una derrota cuyo sabor ya conocemos bien y que nos hemos tragado durante largos años, exiliados, rotos y desesperados. El miedo, el miedo frente al ruego, el ruego: Señor, no nos decepciones, tan solo esta vez.

¿Un piti?

Homs ya no está bajo control del régimen. No me lo creo e insisto en no creérmelo: no me lo creeré hasta que vea con mis propios ojos las estatuas e imágenes de Hafez al-Asad, Bashar al-Asad y Basel al-Asad derrumbadas. No me lo creeré hasta que vea la bandera de la revolución ondeando bajo mi casa, pero bajo mi casa solo reina una profunda oscuridad, con pequeños puntos de colores de aquellos que esperan, como yo, y los que esperan como yo son muchos. Miro a la sede de la seguridad militar que está a unos metros de mi casa y no veo a nadie, pero recuerdo la voz del perro que solía oír y no ver siempre que pasaba frente a la sede. No hay ladrido, solo fantasmas que se mueven en la oscuridad, con el ruido de unos disparos terroríficos que parecen enfrentamientos. ¿Se ha liberado de veras la ciudad? En el grupo de WhatsApp del trabajo, mis compañeros mandan las novedades con absoluta neutralidad, sobre todo porque somos de distintas confesiones. Uno dice; «Chicos, ha caído la ciudad». ¿Ha caído?, ¿ha sido liberada? No importa: lo que importa es que está fuera del control del régimen.

Salgo al balcón inmediatamente. Me llama mi compañera llorando y me dice: «Están celebrando a gritos aquí en mi barrio». Salgo al balcón y no oigo nada más que el eco de mi respiración aterrada por la noticia y por mi miedo a que no sea realidad. Empiezan a sonar los gritos de «Dios es grande» en los balcones a la vez que se escuchan los disparos. ¡Dios es grande! ¡Dios es grande! La ciudad ha sido liberada de verdad. Me río cuando escucho la voz de mi vecino en el piso superior gritando, con miedo, «Dios es grande». Sí, lo hacía con miedo. Agarrarse a la cuerda de Dios en estos momentos es la única solución: Homs ha sido liberada y el sueño se ha hecho realidad. ¿Es posible? Entonces, ¿eso es lo que se siente cuando uno se libera de la opresión? ¿Es eso lo que se siente? Qué difícil es de describir y de creer y qué bello, dulce y doloroso al mismo tiempo. No sé por qué es doloroso a la vez, pero es un dolor bello, un dolor con el que hemos soñado mucho tiempo y que no sabíamos cómo iba a ser. Ahora, solo ahora, sabemos cómo es.

¿Un piti?

Sí, un cigarro. Mi hermano, que vive en el extranjero, me llama, casi llorando, y me dice que quiere venir ahora mismo a Siria, que ojalá pudiera estar con nosotros en este momento. Se que ese es el sentimiento de todos los exiliados y desplazados forzosos en el extranjero. Intento consolarlo como puedo, cojo el teléfono y le grabo a los chicos mientras pasan por debajo de nuestro balcón disparando de alegría. Uno de los jóvenes combatientes me saluda con la mano y le devuelvo el saludo, mientras hago albórbolas y río histéricamente. Pregunto a mi hermano si los ha visto y me dice que sí. Mi hermano se queda en silencio y lo entiendo. Se me ahogan las palabras en la garganta. Me pregunto qué sentirán los demás, y sé que es exactamente lo mismo con intensidades variables. Las horas del amanecer pasan despacio y seguimos atentos a las noticias. Parece que la cosa no ha terminado en Homs, sino que las noticias se suceden en relación con Damasco y la zona rural a su alrededor. Más importante aún: la cárcel de Sednaya. Eso es mucho, muchísimo. La ciudad entera está despierta siguiendo las noticias. No, no solo la ciudad: todos los sirios. ¿La felicidad de la ciudad será tottal? Nadie lo sabe.

¿Un piti?

El sueño se hace realidad de verdad. Lo que se ha logrado es mejor que lo que cualquiera de nosotros hubiera soñado para este momento. La ciudad ha sido liberada, los chicos han llegado a la cárcel de Sednaya y han tomado Damasco. El tirano y su entorno han huido. Escribo esto sin apenas creerlo. Escribo esto con mi seudónimo y no me lo puedo creer. Ya no habrá más miedo, ya no habrá que esconderse. Voy a la plaza del Reloj Nuevo para compartir la alegría con la gente. Se felicitan unos a otros, incluso sin conocerse. Los lemas, los himnos y la bandera verde de la revolución ondeando sobre el reloj. Los chicos con sus coches con matrículas de Idleb o Alepo, coches distintos de los que hay la ciudad. Todo parece ideal, demasiado: todo parece mejor que cualquiera de nuestros sueños más locos.

No obstante, «ese ideal molesta en esta situación». ¿Por qué siento un nudo caliente en el corazón? ¿Por qué siento que hay algo que falta en esta escena? ¿Será la ausencia de Sarut[2]? ¿Será la ausencia de Shadi Aswad [3]? ¿Será la ausencia de todos los que deberían estar con nosotros y no están porque han caído mártires o se han visto desplazados forzosamente? Esa debe de ser la razón. ¿Será por toda la vida que se nos ha pasado esperando este momento? ¿O por el miedo que se filtra por nuestras venas y que hace difícil creer algo así? ¿Es por el miedo a un futuro que puede ser preocupante o incierto? No sé, pero tal vez sea una mezcla de todo esto y las palabras y las expresiones ahora mismo me traicionan. La traición de las palabras en esta situación es comprensible: la traición de la alegría al alma en esta situación es comprensible. La tristeza que se mezcla con la alegría, el miedo que se mezcla con la alegría. Y yo -«sabéis que yo soy ellos»- estoy tan contenta que estoy a punto de llorar y sé que todos vosotros estáis como yo en este momento.

¿Un piti?

El día después de la victoria y sigo utilizando mi seudónimo. Voy a seguir escribiendo con él un tiempo: no es fácil después de enfrentarse a ese miedo enfrentarse ahora al miedo a lo desconocido. A un porvenir que desconocemos. Por el momento, todo está bien hasta cierto punto, salvo algunas carencias. Los locales comerciales han empezado a abrir paulatinamente; el suministro de agua y electricidad es algo mejor en términos relativos que anteriormente. En las mezquitas escuchamos a quien nombra a los detenidos que han salido de Sednaya: nos tiembla el cuerpo y lloramos juntos porque muchos de los nombres no han salido. Los nombres que mencionan en las mezquitas suenan familiares, y pienso que entre ellos podría haber estado mi nombre, o no haber estado. Todo es posible. Salgo a la calle de nuevo y veo a los jóvenes combatientes: me centro en cada uno de ellos, y no soy la única. Todos los miramos asombrados. Observamos su hechura, su mirada, su barba, su forma de hablar. Un hombre que pasa les dice: «Es la primera vez que paso cerca de militares y no tengo miedo». Y es verdad, de momento. Junto a mí pasa una chica atractiva que no lleva velo y me dice: «Quiero hacerme una foto con  los chicos, pero me da vergüenza». Y añade: «Soy suní, de verdad». La cojo de la mano y me acerco a ellos con ella. Ese es uno de los pequeños puntos que reflejan qué sienten algunas personas aquí, la ciudad heterogénea, en la que los chicos van a ver cosas que quizá no les sean familiares en las regiones del norte. 

Hasta el momento, sigo hablando de los chicos como algo ajeno a sus líderes; es decir, a las facciones. Observo los coches y veo uno con el letrero de «Ejército nacional». El trato que nos ofrecen es variado: unos nos sonríen con espontaneidad y nos saludan a nosotras, las mujeres que nos hemos reunido y que gritamos como si nos hubieran privado de todo; otros apartan la mirada y nos saludan con la mano vergonzosos; y otros simplemente apartan la mirada sin ni siquiera saludarnos. Digo que sigo hablando de los chicos y no de sus líderes y esto es algo un poco preocupante porque hemos oído cómo gestionaban las zonas del norte y las noticias que llegaban no eran para alegrarse. Nos preguntamos qué pasará con nosotras y si volveremos  -Dios no lo quiera-, a lo anterior pero con otro traje. Pedimos a Dios que no suceda eso y me encomiendo a una conciencia, memoria o lección que deberíamos haber aprendido. Me fumo un último cigarro mientras escribo este artículo y me da vergüenza escribiros esto, pero ese es uno de mis defectos. Me imagino qué va a pasar si leéis lo que escribo, pero muchos de ellos estaban fumando y cuando estaba en la carretera celebrando en un momento de máximo nerviosismo, tenía muchísimas ganas de fumarme uno y preguntarles: «¿un piti?»

[1] Referencia al color de la bandera de la revolución, en contraste con la oficial durante el régimen de los Asad.

[2] Referencia a Abdelbasit Sarut.

[3] Cantante sirio.