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miércoles, 4 de abril de 2018

Cartas a Samira (9)


Texto original: Al-Jumhuriya 

Autor: Yassin al-Haj Saleh
 
Fecha: 03/04/2018 



La octava carta se publicó en la página de Amnistía Internacional con motivo del cuarto aniversario de la desaparición de Samira y sus compañeros, en árabe e inglés simultáneamente. Por ello, no hay una octava carta en la página de Al-Jumhuriya. 

¿Eres consciente de lo que pasa a tu alrededor, Sammur? Seguro que escuchas los bombardeos, y quizá te parezca, a partir de lo que oyes y por cómo se comportan tus carceleros, que esta vez las cosas son diferentes. Lo son y mucho, Sammur. Parece que el emirato del Ejército del Islam está emitiendo sus últimos estertores, debido a la acción de las fuerzas de ocupación rusas que dirigen a un tiempo la guerra y las negociaciones, y dejan al régimen, que está a sus órdenes, que se encargue de la derrota, de anunciar la victoria y de engañar a la población. La pregunta hoy no es si el emirato llegará o no a su fin, sino cómo será este y qué destino aguarda: ¿se trasladarán los efectivos del Ejército del Islam y sus familias al norte (a zonas de Alepo e Idleb) como sucedió con los combatientes de Harasta hace unos días? ¿O a Daraa? ¿Ejercerán de policía local como dicen algunas informaciones, que, de ser ciertas, no serán más que una salida a corto plazo?

En cualquier caso, parece que entregarán las armas pesadas y no tan pesadas que desplegaron hace unos tres años y que solo han utilizado para imponer su autoridad en Duma. Recuerdo perfectamente ese despliegue, Sammur, y cómo las mostraron ante mis propios ojos. ¡Qué fuerte es la protección de tu cárcel! Sus armas recuerdan al arsenal químico del régimen, que no ha utilizado más que contra los sirios, antes de que le quitaran una parte (y de que la comunidad internacional mirara para otro lado a sabiendas de que se había guardado otra parte, que ha utilizado contra los sirios, claro).

No obstante, tengo que alegrarme por el hecho de que la realidad que te hizo desaparecer haya quebrado al quebrarse el emirato de los malvados guardianes de tu ausencia. Pero habría preferido otros desenlaces que no implicaran la huida de la población de Duma y Al-Ghouta oriental de sus casas y tierras.

Habría preferido un despertar de la conciencia de alguien en el Ejército del Islam que os liberara y os pidiera disculpas a vosotros y a la revolución.

Habría preferido que el Ejército del Islam se desintegrara por sí solo y que te liberaras junto con Razan, Wael y Nazem.

Habría preferido que el Ejército del islam fuera derrotado a manos de combatientes locales que os liberaran y defendieran la causa general a la que traicionó esa fanática formación militar y religiosa.
Habría preferido, y sigo prefiriendo, que los líderes de esta formación criminal, tanto militares como religiosos, recibieran un castigo justo. Sin embargo, ya es tarde para eso.

Los ex prisioneros del régimen, que se volvieron carceleros mientras la zona que controlaban era asediada –es decir, aprisionada− por el régimen, siguen siendo tus carceleros y los carceleros de tus compañeros, mientras que su cárcel se estrecha, hasta no sobrepasar apenas las dimensiones de tu cárcel, Sammur.

Parece que lo último a lo que renunciarán los que detentan la autoridad es a su control sobre el destino de los demás. Los nazis siguieron llevando a sus víctimas a los campos de concentración incluso cuando sus ejércitos retrocedían y su autoridad disminuía. Daesh no se deshizo de sus secuestrados –entre los que están Firas e Ismael [1], Sammur− ni siquiera tras ser expulsado de Raqqa. ¿Te he contado lo que sucedió? ¿Te he contado que el 80% de la ciudad está destruida, incluida nuestra casa? Y el Estado de los asadianos conservaría sus celdas y presidios hasta el último momento si este estuviera cerca, y lo estuvo.

Quizá esos déspotas piensen que mientras controlen el destino del ser humano, su destino no será un destino humano, como el del resto de los mortales. Esto nos recuerda que la autoridad es la autoridad sobre el ser humano, que los que la ejercen necesitan a alguien sobre quien ejercerla: los cuerpos expuestos al secuestro, la tortura y la desaparición forzosa, y que son como pollos desplumados si eso les falta.

Lo más decepcionante de nuestra historia, Sammur, es que los asesinos gozan de inmunidad, incluso a los asesinos de Daesh se les ha permitido salir de Raqqa después de que la ciudad fuera prácticamente destruida.

Si hay algo firme en los vaivenes de nuestra causa a lo largo de siete años, es que las puertas han estado siempre abiertas para que los más grandes asesinos se libraran de un destino similar al de sus víctimas. Cuánto me habría gustado verlos, y que los vieras, como son: ¡pollos desplumados, perdidos, repugnantes!
*****
Nuestra situación es compleja, Sammur.

Reconozco que la descripción recurrente de nuestra causa siria como algo complicado me enfada, ya que esa complejidad no significa solo que se precisen análisis compuestos de la realidad de lo que intentamos hacer, sino que fomenta la huida de ese tipo de análisis y su simplificación. El problema es que la simplificación significa quedarse en lo que nos es familiar, que no da dolor de cabeza –como la violencia de Estado y la de sus socios por debajo (los shabbiha) o por arriba (rusos, iraníes y sus acólitos)−, que pasa desapercibida a pesar de su envergadura. Esto hace del exterminio una posibilidad. Trabajo en eso estos días, y como conclusión preliminar puedo decir que la “causa” del exterminio es el Estado, como fuerza “que monopoliza la violencia” y “señor” en cuyos asuntos internos nadie tiene el derecho de “inmiscuirse”. El Estado puede comportarse con sus gobernados como un dios mundano, que condena a quien desea y mata a quien le place. Esto debe cambiar si no queremos que el exterminio sea nuestro futuro, el futuro del mundo.

Sin embargo, cuando me enfrento a la dificultad de explicar mi/nuestra situación, y cuando parece complicado incluso para quienes me rodean en Alemania hoy, y antes en Turquía, y se solidarizan con nosotros, me veo obligado a comprender la abstención general de interesarse por nuestra causa. La comprendo, a regañadientes, pero no la acepto. Las circunstancias “complejas” como la nuestra se supone que deben estimular el conocimiento y el análisis. El dolor de cabeza es lo que debe estimular a la gente del conocimiento a salir de sus zonas de confort. Intento, Sammur, responder a este desafío en la medida de lo posible. Siento que estamos en una crisis de dimensiones mundiales, una crisis de pensamiento, una crisis política, una crisis de organización y una crisis de conciencia. Que nuestra cuestión sea “complicada” quizá sea la posición más conveniente para examinar esta crisis. Esto se debe a que nuestra causa es mundial, en lo referente a su posición, su carácter intrincado, sus efectos, su historia y su cultura, porque el mundo está en nosotros y porque nosotros hoy estamos en el mundo.

Lo intento, Sammur. Tú eres mi soporte hoy, estando ausente, como lo fuiste cuando estabas presente. Me das la fuerza y la orientación.
*****
Hoy se ha abierto un agujero en el muro de tu oscura cárcel, un agujero por el cual se cuelan la luz y la esperanza; sin embargo, es un agujero por el que también se pueden colar los peligros.

No sabemos qué puede hacer el carcelero preso, cuya cárcel es cada vez más pequeña y estrecha, cuyo cerebro nunca ha sido grande en ningún momento, y cuya conciencia está asfixiada. Creo que a los que son como tus carceleros les da dolor de cabeza la más mínima idea, así que recurren a sus músculos para enfrentarse a los más débiles. Por eso dan miedo, y no sabemos qué hace el gran carcelero, el asadiano que retiene a todos carceleros, pues durante medio siglo nos ha acostumbrado a que él es la peor de todas nuestras expectativas. Sin embargo, hoy sabemos que no es dueño de sí mismo, ni de sus acciones.

“Tengo un sueño”, Sammur: oír pronto tu voz, y verte, y reordenar nuestra vida, que lleva unos cuatro años y cuatro meses interrumpida. Mi sueño es que salgas a la luz, que respires y que te despojes de las cargas de los oscuros años de ausencia, que caminemos juntos y que hablemos, que vivamos “una vida como la vida”.

No quiero pensar en las múltiples y grandes dificultades que te supondrá el traslado de la cárcel y la ausencia al exilio, pero no le des vueltas, ¡por favor! Estarás a mi lado, y con nosotros estarán muchos amigos, preocupados por tu ausencia. Entre ellos, nosotros y otros muchos amigos, se conforma una sociedad colaborativa en la que merece la pena vivir, Sammur.

Para quienes han probado lo que nosotros hemos probado, Sammur, en una primera y dura etapa durante nuestra juventud, y en una segunda aún más dura en la vejez, no es imposible pasar por la experiencia del exilio hoy. Solo hay una cosa nueva, Sammur: ¡El exilio es el mundo! Quienes ya sabían que la patria es el exilio, ¿tendrán dificultad en algo?

Besos, corazón.

Yassin 

[1] Hermano y amigo de Yassin al-Haj Saleh.

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