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sábado, 14 de enero de 2017

Los últimos disparos en los distritos orientales de Alepo



Texto original: Al-Jumhuriya 

Autor: Mustafa Abu Shams

Fecha: 12/01/2017


Civiles y combatientes preparándose para la evacuación (Reuters)


Sus dedos se mantuvieron en el gatillo durante mucho tiempo en los barrios orientales de Alepo y fueron testigo de la liberación, los bombardeos, las luchas internas y la crudeza del asedio. Hoy hablan de esos barrios en los últimos días y horas, y sobre los últimos disparos y momentos en ellos. 

Ali es uno de los combatientes del Ejército Sirio Libre en Alepo. Comenzó su relato sobre los últimos días insultando a los líderes de las facciones que rechazaron la unificación y, tras los insultos, prosiguió:

Estuvimos de guardia en el distrito de Tariq al-Bab durante siete días, desde la caída del distrito de Sakhur el 27 de noviembre de 2016 hasta el 3 de diciembre. Muchos de los jóvenes naturales de la ciudad se ofrecieron voluntarios para enfrentarse a Asad y sus aliados, y estábamos convencidos de que lograríamos proteger la ciudad. Tras la entrada del ejército en el distrito de Masakin Hanano, pedimos al comandante de la zona (del Frente del Levante) que nos autorizara a recuperar el territorio perdido, pero este nos pidió que nos quedáramos en nuestras posiciones porque nuestra misión se limitaba a la defensa de la zona.

El ejército del régimen nos rodeó desde la vecina zona de Maasraniya, y pedimos munición antitanque y anti-escudos, pero no nos la dieron. No teníamos más que nuestras armas individuales, así que nos retiramos hacia el barrio de Al-Mashhad, abandonando la zona a su suerte después de que nuestros líderes y el mundo entero nos hubieran fallado. Cinco años de revolución se evaporaron ante nosotros, mientras las imágenes de los compañeros de camino y armas que habían muerto pasaban ante nuestros ojos; ojos que se limitaron a llorar ante la impotencia que sentíamos. Muchos se negaron a retirarse o salir, y dejamos de tener noticias de ellos. Se quedaron allí defendiendo la ciudad. Ojalá hubiera hecho lo mismo.

Los autobuses comenzaron a salir el 15 de diciembre. Se decía que algunos autobuses habían regresado y otros habían sido detenidos, que había una tregua y que se había violado. La realidad es que todas esas treguas no nos importaban, y solo pensaba en quedarme hasta que saliera el último civil. Solo la muerte me lo impediría.

El 21 de diciembre de 2016, la mayoría de civiles habían salido ya, y no quedaban más que unas pocas familias y combatientes que se quedaron hasta el final. Nos subimos a los autobuses y coches particulares. El viaje fue muy largo y el tiempo pasaba muy despacio, y con él, la humillación en los puntos de control y nuestra salida destrozados. Apoyé mi cabeza contra el coche que me llevaba. Tenía miedo de ver las caras. La Media Luna Roja nos pidió que dejáramos las armas para evitar provocaciones. Por primera vez en cuatro años, dejé mi fusil.

Había comenzado a nevar y la nieve empezaba a cubrir los tejados de las casas; sin embargo, sentí que mi fusil estaba caliente. Lo froté con aceite, acaricié su funda de piel y lo besé. Me arrepentí de no haber grabado en él la palabra libertad. Sentí que alguien lo llevaría después de mí, así que lo enterré, por si volvía o por si lo encontraba algún otro revolucionario.

Durante trece horas no nos permitieron salir ni siquiera para hacer nuestras necesidades. Los coches avanzaban con mucha lentitud y los controles cubiertos con la bandera de la opresión y eslóganes sectarios mataban en mi interior todo sentimiento de vida. Cerré mis ojos deseando huir. Ojalá hubiera podido dormir, pero fue imposible.

Llegué aquí, a Sarmada, en la zona rural de Idleb. La alegría de la gente ante nuestra llegada no sirvió para quitarme el nudo de la garganta. Lo que se decía de la salida honorable y la vuelta me parecían tonterías y una ofensa grabada en mi rostro.


Autobuses de Alepo (Reuters)

Abu Hamad, de 30 años, uno de los comandantes de la ciudad de Alepo, se negó a decir su nombre o la facción en que luchaba por miedo a las represalias de lo que iba a decir. Sin embargo, nos contó su historia completa desde la caída del campamento de Handarat hasta su salida de la ciudad junto con sus combatientes, como resultado de un acuerdo que supuso la rendición de la ciudad y la salida forzosa de su gente.

Sé muchas cosas sobre la entrega de la ciudad, las traiciones y la inacción, pero antes de nada, soy padre y tengo una familia que estuvo viviendo conmigo todo ese tiempo, y soy un combatiente que libró batallas en todos los frentes desde el inicio de la revolución. No todo lo que sé puede contarse.

Tras la caída de la carretera del Castillo y el asedio de la ciudad de Alepo por todos sus flancos el 17 de julio de 2016, y antes de ello, el dominio de las tropas de Asad sobre las granjas de Al-Mallah al norte de la ciudad, supimos que las fuerzas de Asad y sus aliados se afanarían en controlar por completo el campamento de Handarat, la importante zona que les aseguraría el camino del Castillo y reforzaría sus posiciones de retirada. Había algunas posiciones de la brigada Sultán Muhammad al-Fatih, de la Agrupación Fastaqim, de Ahrar al-Sham y de Nur al-Din al-Zenki. Sin embargo, quien dominaba la zona de facto era el Nur al-Din al-Zenki, pues eran los más fuertes allí.

Las posiciones sexta y séptima en Handarat eran las más importantes, y siempre había fuertes enfrentamientos e intentos por parte de las fuerzas de Asad de entrar y tomar el control. Ello se debía a que la caída de ambas posiciones suponía tener a tiro la vía de suministro desde el cruce de la fábrica Karrash hasta Handarat. En dichos puntos no había ningún armamento pesado, y este solo aparecía cuando se estaba grabando. Las posiciones antes mencionadas cayeron más de una vez y solíamos recuperarlas con apoyo en dos o tres horas como mucho.

A principios de octubre, las posiciones cayeron, junto con el campamento de Handarat. La reunión en la sala de operaciones se prolongó desde las siete hasta las doce de la noche para diseñar un ataque y recuperar el campamento. Sin embargo, nos ordenaron dejar Handarat y asegurar nuevas posiciones en la zona de Shaqif, a un kilómetro al oeste de Handarat.

El frente de Handarat era uno de los más calientes en Alepo, pero dos días antes nos había sorprendido la noticia de que el ejército había irrumpido para desmontar la torre con la que nos comunicábamos por medio de los walkie-talkies. No sé cuál es la razón, pero la caída de Handarat fue el comienzo de la caída de la ciudad.

Los puestos de vigilancia se trasladaron a las zona de Al-Shaqif y Al-Awija. Días más tarde, nos retiramos de la zona de Al-Shaqif sin disparar una sola bala, puesto que las fuerzas kurdas habían tomado el control desde Al-Sheij Maqsud hasta el restaurante El Castillo, mientras que las fuerzas de Asad habían entrado por la parte contraria hasta las fábricas y el puente de Al-Shaqif. En lo que se refiere al frente de Al-Awija, se produjeron leves enfrentamientos y el control cambió de manos varias veces, en un contexto en que las principales carreteras de la zona estaban vigiladas por francotiradores apostados en el frente de Handarat, lo que provocó varias muertes diarias de mujeres, niños y algunos combatientes.

En ese momento, el Frente Fath al-Sham –según dice─ juzgó a los que habían rendido la zona, y sacó de 15 posiciones del frente de Sheij Ruz y Bustan al-Basha a cerca de 270 combatientes, en su mayoría de la Decimosexta División, que fueron sustituidos por la facción Al-Muntasir billah, el frente de los Turcomanos, el del Sultan Murad y el de Muhammad al-Fatih. Hubo muchas discusiones por este motivo, ya que no todos son corruptos, y quienes debían ser juzgados eran los líderes exclusivamente, pero la decisión ya había sido tomada y Nur al-Din al-Zenki apoyó al Frente de Fath al-Sham. Así que no pudimos hacer nada y nos rendimos a los hechos consumados porque son los más fuertes sobre el terreno.

El 6 de octubre de 2016 cayó un grupo de edificios del barrio de Bustan al-Basha, pero los pudimos recuperar. Después, las tropas de Asad entraron por sorpresa en la estación de agua de Suleimán al-Halabi, aunque también logramos recuperarla tras perder muchas vidas. Después de eso, reunimos nuestras tropas en Bustan al-Basha para apoyar al frente de Sheij Ruz, reforzar las posiciones en la zona de Sheij Khodr y poder proteger las instalaciones de agua. La zona se calmó un poco durante un mes, pero estábamos en una especie de guerra de desgaste continua. Estábamos casi asediados y no entraban armas ni comida. Además tuvimos enfrentamientos en más de una zona y perdimos mucha munición para frenar los ataques de las tropas de Asad.

El 20 de noviembre de 2016, comenzaron los preparativos para tomar la zona de Masakin Hanano. Nunca había visto nada igual: bombardeos continuos de artillería, con misiles, con barriles y con aviones de guerra. Esta situación duró cerca de 6 días tras la caída del barrio en manos de las tropas de Asad, que entraron por los barrios de las llamadas casas árabes y que conforman un anillo desde la zona sur hasta Masakin Hanano. Siguieron avanzando hasta la zona de Al-Ard al-Hamra y Jabal Badro, hasta llegar a la autovía que está delante de la tienda de pollos asados Al-Sharq, al principio de Tariq Al-Bab. Los que estaban de guardia en Masakin Hanano eran de la brigada Abu Shaqra, que depende de Nur al-Din al-Zenki, y en algunas posiciones estaban combatientes del Frente del Levante.

La caída del barrio no fue resultado de la inacción, pero la densidad de los bombardeos era tal que muchos combatientes tuvieron que retirarse, siendo acusados de traidores, y algunos incluso fueron interrogados. Las tropas se centraron en los nuevos puestos de vigilancia en los barrios de Sakhur, Al-Haidariya y Bustan al-Basha. En la sala de operaciones Adel Abu Rawan, responsable de las fuerzas kurdas, nos hablaba de las negociaciones para introducir comida y combustible a cambio de rendir las zonas de Al-Halk, Buaydin y Bustan al-Basha. Sin embargo, un día después de aceptar dichas condiciones, se negó a cumplir el acuerdo, y comenzaron los bombardeos sobre Al-Haidariya, Al-Sakhur y Bustan al-Basha.

Sin apenas resistencia digna de mención, los revolucionarios abandonaron las instalaciones de agua y las posiciones 8 y 11 de Bustan al-Basha en el frente de Sheij Ruz el 29 de noviembre de 2016. La retirada fue una auténtica sorpresa y no llegaron refuerzos hasta las siete de la tarde, tras unas ocho horas de dominio de las fuerzas kurdas y combatientes del ejército de los revolucionarios sobre posiciones de Bustan al-Basha, y de la toma por parte de las tropas de Asad de la estación de agua.

Hubo enfrentamientos violentos pero no pudimos seguir avanzando, por lo que nos retiramos hacia los barrios de Tariq al-Bab y Al-Shaar. Bustan al-Basha, junto con Sheij Khodr, Al-Halk, Al-Haidariya y Al-Sakhur cayeron en manos de las tropas de Asad debido a la intensidad de los bombardeos con todo tipo de armas. La separación entre las posiciones dominadas por los revolucionarios y las dominadas por las tropas de Asad se redujo a la autovía que va desde Dawar al-Sakhur al aeropuerto de Alepo.  La mayoría de facciones pequeñas empezaron a desaparecer y a unirse a las fuertes, siendo las que contaban con más efectivos Nur al-Din al-Zenki y Ahrar al-Sham. En lo que se refiere a capacidades militares, la Agrupación Fastaqim era la más fuerte.

El 1 de diciembre de 2016 se tomaron nuevas posiciones en el barrio de Karam Bek hasta Sadd al-Lawz, cerca del distrito de Al-Shaar, tras la caída de la mayoría de barrios del este de Alepo. Apenas duramos un día como combatientes en esa zona y nos retiramos directamente al barrio de Al-Shaar.

El mapa cambiaba continuamente y mientras estuvimos en Karam Bek cada hora pasaban centenares de civiles que huían de los intensos bombardeos y del infierno que desataban los aviones hacia las zonas de control del régimen. La mayor parte del armamento pesado había sido enviado a los barrios de Zabdiya, Sayf al-Dawla, Salah al-Din y Jisr al-Haj, en los que quedamos asediados al final, en el sudoeste de Alepo. Estaba claro que las tropas de Asad pretendían dividir Alepo oriental en pequeñas zonas para poder asediar a las facciones y hacer más fácil la entrada.

Las fuerzas de Asad avanzaron desde Al-Maasraniya y Al-Maysar para imponer el cerco sobre los combatientes en Al-Shaar y Karam al-Jabal. De hecho, ya estaban preparando la entrada en Al-Shaar en ese momento. Abu Abd al-Rahman y sus combatientes se retiraron de Karam al-Jabal para evitar el asedio hacia Dawar Fadi Askar, y la mayoría de combatientes en Al-Shaar se retiraron también al mismo punto, al hospital oftalmológico y el tribunal de sharía. No teníamos ya más que las armas pesadas más básicas, y carecíamos de munición y de tanques. No sé cómo llegamos a eso, pero la realidad es que estábamos haciendo guardia con armas individuales. Finalmente, el régimen tomó el control de Al-Maysar el 4 de diciembre de 2016, y al día siguiente de Al-Shaar. Las fuerzas de Asad entraron a pie, sin resistencia. Seguimos en el hospital y Dawar Fadi Askar dos días, y después no retiramos hacia la zona antigua de Alepo y Dawar Bab al-Hadid. Algunos fueron a Al-Mashhad y Al-Zabdiya.

Las tropas de Asad iniciaron la ofensiva desde Bab al-Hadid y la zona antigua el 27 de diciembre de 2016, desde donde nos pidieron ayuda. Los que estaban allí eran del Frente del Levante, liderados por Abu Muhammad al-Hazawi. Nos dirigimos allí y, en el barrio de Jab al-Qubba nos detuvieron en un punto de control de Fath al-Sham. Nos preguntaron dónde íbamos y nos dijeron que la zona había caído y que la parte antigua había pasado a ser “enemiga”. Pedí al conductor que diera la vuelta, pero entonces un coche salió de la parte antigua de Alepo y los que iban en él nos dijeron que las posiciones seguían aseguradas y que seguían con nosotros. Hubo una discusión en el puesto de control y se negaron a dejarnos pasar para ayudar. Ya no sabíamos quienes seguían con nosotros y qué posiciones habían caído, así que retrocedimos.

En ese mismo momento, las tropas de Asad habían tomado el frente de Aziz y la zona de Harabila. Todo lo que hacíamos era asegurar nuevas posiciones para los que se retirarían hacia donde estábamos. La posibilidad de apoyos o de contraataques la habíamos perdido totalmente, como si ya estuviera todo decidido, mientras que las tropas de Asad consolidaban sus nuevas posiciones y seguían avanzando.

Entonces sacaron a todos los presos de las cárceles de Fath al-Sham, Nur al-Din al-Zenki y otras facciones. Eran cerca de 1.500 y tenían un aspecto extraño y marcas de tortura. La mayoría eran antiguos combatientes y muchos de ellos fueron enviados a los frentes, donde algunos murieron.

Las retiradas continuaron hasta que nos asediaron en cuatro zonas: Al-Zabdiya, al-Mashhad, Salah al-Din y Sayf al-Dawla, en poco más de 2km cuadrados. Todos estábamos allí, y comenzamos a hablar de tregua. Ninguna de las últimas posiciones que habían caído había presenciado enfrentamientos militares, sino que habían sido retiradas y acciones individuales de resistencia, que lucharon ferozmente. Los que quedaron fueron los héroes que murieron en Bustan al-Qasr.
Cada vez había más gente en las zonas donde estábamos: las calles estaban llenas de civiles y combatientes y en cada casa había más de veinte personas.

Comenzamos a hablar de tregua el 13 de diciembre de 2016 y junto a la casa en la que me alojaba, un barbero trabajaba desde las 7 de la mañana hasta bien entrada la noche: casi todos nos afeitamos la barba y nos cambiamos de ropa.

Los almacenes de munición y artillería pesada que vimos en esas zonas daban para cuatro años. Unos días antes habíamos soñado con tener una metralleta, un DshK o un tanque, y ahí estaban delante de nosotros, pero iban a ser entregados a las tropas de Asad tal y como estipulaba la tregua, que no nos permitía salir más que con un fusil y una bolsa.

También nos sorprendió la cantidad de comida y recursos básicos que había almacenadas. Había hasta pipas, y la gente estaba hambrienta. Lo que allí había servía para alimentar a la ciudad por lo menos durante seis meses y al hablar de la salida, era como tirarlo. Se abrieron los almacenes y me comí una lata de atún que no había visto en mi vida: era enorme, de más de un kilo. Y así con otros productos. Entonces, ¿por qué el kilo de azúcar había subido a 6.000 libras, la harina a 3.000 y así con otros productos?

El 14 de diciembre de 2016 se produjo la tregua de facto y el acuerdo supuso una evacuación en realidad. No nos dieron la opción de quedarnos o salir, sino que la orden obligaba a salir forzosamente. Había que reunirse en la plaza de Al-Amiriya. No pudimos quemar nuestros pertrechos, porque nos dijeron que la tregua estipulaba que había que dejar las armas y entregarlas. Los aviones de reconocimiento estaban presentes 24 horas, pero muchos dejamos las armas inutilizadas poniendo las balas al revés y disparando. Con ello, explotaba la cámara y dejaban de funcionar.

Al-Faruq Abu Bakr, de Ahrar al-Sham fue el responsable directo de las negociaciones y de la tregua, y nosotros nos quedamos en algunas posiciones para proteger a los civiles, que habían comenzado a salir el 15 de diciembre. Nos quedamos en la ciudad hasta la última tanda, que salió el 22 de diciembre y estuvimos 36 horas en la última posición, con las tropas de Asad a 50 metros, con algunos avances y retrocesos según si se cumplía la tregua o no. Hacía mucho frío y la nieve había cubierto la ciudad.

El camino estaba delimitado por un único punto de cruce, por Al-Amiriya, y algunas personas que fueron a otro cruce fueron recibidas con disparos por las fuerzas de Asad. Uno de los autobuses había llegado al punto de control y los hombres de Asad bajaron a todos los que iban en él. Los combatientes se enfrentaron a la situación y dos de ellos murieron. Entonces uno de los revolucionarios lanzó una granada que tenía antes de que le dispararan. Escuché que tres revolucionarios murieron.

Nos permitieron pasar unas horas después. En el autobús había dos miembros de la Media Luna Roja. Pasamos dos controles: uno de las tropas de Asad y otro de los rusos. No nos pararon hasta el tercero, en el que nos registraron las maletas. Uno de los oficiales de Asad abrió la puerta y dijo que quien quisiera bajar y quedarse en “el regazo de la patria” podía hacerlo. La mayoría éramos combatientes y teníamos los dedos sobre los gatillos de nuestros fusiles por si sucedía algo. Nadie se bajó del autobús y seguimos el camino hasta la zona en la que están los revolucionarios.

Dos horas después, vi un convoy de combatientes salir, y con ellos muchas armas pesadas. En ese momento, sentí que los que habíamos dejado o destruido la mayoría de nuestras armas y nos habíamos conformado con nuestras armas individuales éramos idiotas. Sin embargo, nadie nos había informado de que podíamos sacarlas.

Tras la salida, nos separamos. Hablábamos de si íbamos a la zona rural del norte para unirnos al Escudo del Éufrates, y muchos estamos aquí, escuchando las noticias y hablando de la larga tregua o de la división. Tenemos la esperanza de poder volver a nuestras casas y abrir un taller, una casa, vivir. Estamos todos destrozados. La sangre derramada no sé de quién es culpa. Solo Dios lo sabe. 

No tengo nada más que decir, pero quiero sacaros los colores a todos: servicios de seguridad, policía, trabajadores humanitarios y líderes. Todos nos han tratado injustamente, han tratado injustamente a la gente de la ciudad y la han matado de hambre. La han entregado y han dejado que la sangre de los mártires fuera en vano.


Autobuses en Alepo (AFP)
(En el cartel se lee "Contigo") 

Abu Baybars Balaya, combatiente de Ahrar al-Sham, contó lo siguiente:

El 21 de diciembre de 2016, tras la salida de la mayor parte de los civiles, comenzamos a salir en caravanas que en su mayoría eran combatientes. Salimos en autobuses y algunos coches particulares. Yo salí con algunos combatientes en mi coche.

Se me estropeó el coche y nos subimos en uno de la Media Luna Roja que nos cruzamos. Nos detuvieron en dos controles de los rusos, que contaron cuántos éramos. Estábamos preparados para cualquier cosa que pudiera suceder. A mitad de camino, había un puesto de control de miembros de Hezbollah en el que sonaban canciones chiíes para provocarnos. Era bastante doloroso y la impotencia nos dominaba. Completamos el camino hasta la otra parte de la ciudad. No hubo complicaciones salvo en algunos coches que se pararon por la nieve o averías. 

Ramadan al-Marandi, uno de los revolucionarios de Dahra Awad, dio también su testimonio:

 Ramadan al-Marandi saliendo de Alepo

El domingo 18 de diciembre de 2016, a la una del mediodía, partimos en los autobuses. El autobús se dirigió al primer punto de control del régimen en la zona cero, Al-Ramusa, y le pidieron al conductor que retrocediera. Es decir, no nos dejaron salir.

Estuvimos como un cuarto de hora y, cuando preguntamos por qué seguíamos ahí, escuchamos que habían quemado los autobuses que iban a Kafraya y Al-Fu’a. Pidieron al autobús que siguiera, y le dije a uno de los líderes que ello podía exponernos a algún peligro. Sin embargo, me dijo que todo se había solucionado y que teníamos que seguir.

Estaba en el autobús número 6 y cuando llegamos a la berma en la que estaban apostados el régimen y las milicias afines a él, nos dieron el alto. Cuando preguntamos al miembro de la Media Luna Roja por qué nos paraban, nos dijo que íbamos a esperar a que se llenaran los otros veinticinco autobuses y después seguiríamos.

Cuando los hombres de la Media Luna Roja nos dijeron que no era más que eso, eran ya las cuatro de la tarde. Una hora después, al caer el sol, las tropas de Asad pidieron a la Media Luna Roja que encendiera las luces del autobús y dieron orden de que nadie saliera del autobús para nada. Diez soldados rodearon por ambos lados el autobús y quemaron neumáticos mientras nos miraban y se reían de nosotros. Se negaron a dar un simple trago de agua a las mujeres y los niños a pesar de que se lo pedimos repetidamente a la Media Luna Roja. Finalmente, a las 12 de la noche, uno de los miembros de la organización, llegó con dos litros de agua y nos la dio. Se negó a dejarnos salir aunque fuera a hacer nuestras necesidades. No respondió ninguna pregunta sobre por qué estábamos ahí parados y cuándo nos dejarían seguir.

Unos minutos después, dejaron a cinco autobuses salir y nos quedamos en un autobús rojo con 83 personas, entre las que había mujeres y niños con caras de miedo, además de hambre y sed. Era una situación indescriptible. Los gritos y llantos de los niños eran muy dolorosos y las mujeres intentaban tapar sus bocas con las manos.

A las 03:30 de la madrugada, subió al autobús un miembro de la Media Luna Roja y nos dijo que los que quisieran hacer sus necesidades podían hacerlo junto al autobús: solo mujeres y niños, a la vista de las tropas de Asad y sus shabbiha. Las mujeres se negaron a bajar y solo bajaron los niños.

A las 9 de la mañana del día siguiente, tras veintidós horas, nos permitieron continuar. Nos pararon en un control de los rusos. Uno de ellos subió al autobús, nos contó y nos dijo algo que no entendimos. Entonces subió un soldado de Asad y dijo que quienes quisieran volver al regazo de la patria debían bajar. Nadie respondió.

Llegamos al otro lado, donde nos esperaban los autobuses del Ejército Sirio Libre, que nos llevaron a los refugios, unos a Sarmada en la zona rural de Idleb, y otros a Atareb al oeste de Alepo.


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