Texto orginal: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elias Khoury
Fecha: 01/02/2016
El apodo que se solía poner a
Damasco era “el corazón de la arabidad”, y solía añadirse el adjetivo
“palpitante”, por lo que Damasco era el “corazón palpitante de la arabidad” y
una fuente para leer el posible devenir de la zona.
Cuando nuestra conciencia
política tomó forma, tras la derrota del 5 de junio de 1967 (la Naksa), Damasco
estaba en manos del partido Baaz, que la empujó a caer en manos de la dinastía
asadiana, y los pálpitos del corazón comenzaron a desvanecerse, por lo que no
volvimos a oír más que expresiones vacías sinónimas de la derrota árabe. Así,
hasta que la ciudad, conocida por su bullicio político en los años cincuenta,
se convirtió en un corazón que se asfixiaba y era incapaz de expresar nada.
Esta expresión se convirtió en un mero recurso retórico insignificante, que no
provocaba más que tristeza y burla. ¡Un corazón sin arabidad y una arabidad sin
corazón! Damasco acabó del revés, y los oficiales y hombres de los servicios
secretos se encargaron de dibujar su muerte envuelta en la dictadura. Los
palestinos y libaneses pagaron el precio en sangre, desde Tel Zaatar [1] hasta
el asesinato del Movimiento Nacional [2], antes de que los oficiales de tan
cruentas experiencias aprendidas en Líbano las aplicaran en Hama, y
convirtieran Siria en una mezcla de destrucción y cárceles.
Pero toda esta represión no fue
más que un ejercicio de entrenamiento para la gran destrucción con la que el
partido de los “falsos profetas” completara su sangrienta andadura. Iraq quedó destruido
y fue entregado a los invasores estadounidenses, y después a la demencia
sectaria-fundamentalista. Y hoy Siria se enfrenta a un destino que supondrá
para los pueblos una lección de sumisión a los tiranos.
Lo que suceda con Siria será un
indicador del destino de los árabes, y en ese sentido, el lema del corazón
damasceno no será un lema vacío. El corazón sirio, que agoniza en la mesa de
los viles hoy en Ginebra, es un indicador de la muerte del régimen árabe y su
caída final, y del hecho de que el país será entregado a las fuerzas
extranjeras en vez de hacer renuncias en favor del pueblo.
El corazón de los árabes ha
perdido su independencia, y se ha convertido en un campo de batalla
internacional y regional. La sangre siria que se derrama desde hace cinco años
se ha convertido hoy en un puente de retorno a la sumisión de la zona y su
pérdida las bases de su existencia nacional. Los que hoy bailan al ritmo del
bombardeo ruso y sirio no se diferencian de quienes bailaron al ritmo del
bombardeo estadounidense en Iraq. Todos los ladrones del mundo se han puesto de
acuerdo en Siria, para destrozar el corazón de la arabidad y aplastar su
latido.
No hay horizonte para este
horizonte rodeado de asesinatos, no hay otro horizonte que más muerte,
destrucción y genocidio del alma. Y Siria hoy pasa de ser el escándalo de los
árabes a ser el escándalo mundial, pues la quieren convertir en el cementerio
de los valores humanos, un puente que precipite el final de toda la región
árabe. No quiero cargar exclusivamente con las culpas a quienes destruyen Siria
─el régimen y sus similares, las fuerzas militares fundamentalistas, Irán, los
países del Golfo, Turquía, la pereza egipcia, EEUU y Rusia─,
sino que también las élites y fuerzas políticas son culpables, porque no han
sido capaces de contener la destrucción, ni de transformar el noble estallido
popular sirio, con sus peticiones de libertad, dignidad y justicia social, en
un horizonte capaz de vencer.
En Ginebra, el mundo celebra el
funeral de Siria, cuya procesión encabeza un espectro que ha perdido todo
atisbo de existencia, y que se llama Bashar al-Asad. Lo encabeza orgulloso y
disoluto, sintiéndose victorioso, porque ha vendido la patria a cambio de un
poder sin autoridad, y con él, a su alrededor, caminan los ladrones que han
venido desde todos los rincones de la Tierra, para anunciar una solución que no
es más que el preludio de guerras interminables.
Dicho funeral, que ha perdido
toda la vergüenza, indica que la región árabe ha tocado fondo, y viene a
completar, siguiendo la lógica, la derrota de los árabes de junio de 1967, ese
día en que se elevó el estúpido lema de que el ataque israelí había fracasado
porque su propósito había sido derrocar los regímenes árabes. La nación cae,
pero el régimen no. Esta es la filosofía fascista baazista que ha llevado a la
destrucción total a Siria e Iraq. Es cierto que el régimen en Iraq cayó, y que
el régimen sirio no se mantendrá, pero el precio de esta caída, fruto de la
genialidad de la dictadura, ha superado todos los límites de magnitud. El
funeral de Ginebra nos dice que la tierra ha sido quemada, y que los pueblos de
esta región y su cultura están por encima de la destrucción total, y que
debemos inventar un inicio para no extinguirnos.
Esta es la triste realidad de un
pueblo convertido en despojos, al que no debemos permitirle que se trague el
sueño que brillaba cuando las calles de las ciudades se llenaban con el grito
de la libertad. El inicio en tiempos del fin es este grito que estalló de la
garganta de Ibrahim al-Qashush [3], cuyo eco no pudo ser ahogado por el régimen
aunque sí logró extirparlo. Este grito nos llama a refundar todo, partiendo de
la defensa de la supervivencia.
La muerte lo cerca todo, y las
políticas de los grandes países son el revelan la falsedad de los valores y el
cementerio de la política. En cuanto a la desgracia de los árabes, es doble: la
dictadura y la revolución reducida a cenizas por quien gobierna el tumultuoso
tiempo árabe. Dos escándalos que se encuentran en el asesinato de un pueblo,
cuya desgracia es la desgracia con mayúsculas, y cuyo dolor es la definición de
dolor. Siria hoy es un examen para los valores humanos, y un anuncio claro de
que estos valores los pisan hoy los zapatos de los ladrones de un sistema
internacional rehén del capitalismo salvaje, y de un sistema árabe rehén del
fin.
Todos nos hemos hecho sirios, y
la conciencia no es solo árabe, sino de todos aquellos que aún creen en la
libertad y la justicia. Morimos en Siria, con los sirios y las sirias en la
diáspora, la hambruna, los bombardeos, el frío, el hambre y la humillación.
Todos estamos bajo las botas de la represión, el despotismo y la demencia
sectaria, fundamentalista, militar y salvaje. Todos estamos allí; o sea, aquí.
No tenemos más opción que refundar los valores, partiendo del grito de los
niños de Daraa cuya muerte anunció la muerte de la infancia en este mundo
salvaje.
[1] Se refiere a la masacre del
12 de agosto de 1976 donde milicias cristianas apoyadas por el ejército sirio
sitiaron dicho campo de refugiados y lo arrasaron sin dar tregua a los
supervivientes.
[2] Inicialmente apoyado por
Siria durante la guerra civil libanesa, compuesto por grupos de izquierda y de
corte panarabista, posteriormente perdió dicho apoyo.
[3] Activista que cantaba en las manifestaciones de
Hama.
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