Texto original: Al-Quds
al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 05/10/2015
Desde que comenzaron los bombardeos rusos sobre Siria,
Bashar al-Asad ha desaparecido. Que desaparezca no es noticia, pues desde que
su ejército comenzó a desplomarse en Idleb, solo aparece para luego
desaparecer. Sin embargo, esta desaparición, en un momento clave, con la
entrada del ejército ruso como parte de la guerra siria, plantea más de una
cuestión. Los rusos que han venido tras quedar claro lo limitadas que eran las
posibilidades de la intervención iraní en todas sus formas y milicias, anuncian
hoy la incapacidad del aliado iraní de proteger al régimen de la dictadura, y
su necesidad de entregar el liderazgo a una nueva parte, a fin de que llene el
vacío del desplome.
Bashar al-Asad sabe que no es más que un muñeco, y que los
muñecos no hablan si no es por medio de la voz de quien los mueve, y hoy recibe
clases para acostumbrarse a la voz rusa tras años de entrenamiento iraní.
Putin sueña con un estado zarista mezclado con el “enorme”
peso que antes ocupaba la Unión Soviética, que las oraciones de unos cuantos
chalados de la Iglesia rusa no pueden revivir. Del mismo modo, la influencia
rusa comenzó como el soporte de la idea internacionalista antes de que la
dictadura acabara con la idea y la experiencia soviéticas por completo.
Que Putin sueñe lo que quiera, porque no es a él a quien va
dirigida la cuestión, sino al momento en que se perdió la inmunidad nacional
que Siria vive desgraciadamente. La verdadera cuestión es la inmunidad y no la
leyenda del antiimperialismo, que nunca fue más que un método para añadir a la
dictadura baazista una dictadura religiosa.
El pueblo libanés ya ha vivido durante mucho tiempo la
pérdida de inmunidad nacional, desde que se implantó la estructura sectaria al
convertir Líbano en un campo de luchas regionales y al destruir nuestra tierra
una cifra incalculable de ejércitos, hasta terminar bajo el paraguas del
régimen dictatorial sirio.
No hay duda de que los oficiales y líderes del ejército y
los servicios secretos sirios conocen bien el significado de que un ejército
extranjero ocupe y/o dirija la guerra en otro país. Lo saben porque sus
prácticas en Líbano fueron el preludio de su dominio, y hoy deben pasar por una
experiencia similar de humillación, al margen de que se hable de una alianza
estratégica de 4+1 (Rusia, Irán, Iraq, Siria y Hezbollah).
Esta realidad tiene un nombre: la pérdida de la inmunidad
nacional. Y a esta pérdida no le sigue más que la derrota de las naciones. Rusia,
Irán y Siria responderán echando la culpa sobre los demás: sobre Daesh,
Al-Nusra, Turquía y los estados del Golfo. Y dirán que la pérdida de la
inmunidad nacional comenzó con la intervención abierta de diversas potencias en
la lucha siria.
Este tipo de excusas nos lleva a transformar las palabras en
palabrería, porque su respuesta está preparada. Y si la dictadura no hubiera
recurrido a la destrucción de las manifestaciones y al aplastamiento del gran
levantamiento popular contra él, Siria no habría llegado a este terrorífico
abismo. Sin embargo, esta respuesta no es más que otra sarta de palabrería que
pretende excusar a las oposiciones sirias para que no asuman su responsabilidad
en la militarización del conflicto, o advertir de los peligros de dicha
militarización. Del mismo modo, las fuerzas de la oposición no pueden librarse
de su responsabilidad al echarse en brazos de las fuerzas regionales e
internacionales, que vieron en el estallido sirio una oportunidad para destruir
e iraquizar el país y humillar a su pueblo.
La dictadura ha llevado a Siria a caer bajo las ocupaciones,
ocupaciones que van desde Latakia a Raqqa y que se comportan como si la patria
siria no existiera, y como si el país fuera un mero campo. Y quizá la expresión
más clara de cómo Siria se ve como un campo de batalla se encuentre en el
artículo del periodista estadounidense Thomas Friedman en el New York Times, en
el que pedía a la administración estadounidense que se conformara con las
imágenes de la afganización de Siria y el desgaste ruso en territorio sirio.
La afganización, tras la somalización y la iraquiación: ¿es
a esto a lo que ha de llegar el sueño de la libertad que ha cubierto Siria de
la sangre de sus hijos en uno de los más nobles levantamientos populares de la
historia contemporánea?
¿Es que los sirios y sirias, y junto a ellos todos los
árabes del Levante, han de pagar el precio de la libertad en muertes, cárceles,
genocidios y desplazamientos forzados? Es como si estuviéramos en una
pesadilla, por no decir en el momento más atroz de la pesadilla que vivimos
despiertos, y no mientras dormimos. Debemos poner las cosas en su sitio a pesar
de la oscuridad.
La realidad dice que hoy Siria está bajo más de una
ocupación, y que resistir contra todas las ocupaciones es una condición para
recuperar la inmunidad nacional. Comenzamos a conocer la naturaleza del
despotismo, como nos enseñó Al-Kawakibi [1], pues la dictadura de la mafia
dominante que fundó Hafez al-Asad ha llevado a la dictadura del dominio
takfirí, fundado por los “muyahidines afganos” y sus señores, que nos han
invadido por medio de sus herederos en Siria e Iraq. La relación entra ambos
despotismos es complicada, pues ambos retroceden a los orígenes y destruyen el
presente en nombre del pasado, ambos pretenden la resurrección en cierto modo, ninguno
da valor al concepto de patria y ambos están dispuestos a lanzarse en brazos de
las fuerzas extranjeras.
En Líbano tenemos una copia reducida de la amarga
experiencia de desplome de la inmunidad nacional, y a pesar de que oficialmente
la guerra civil terminó, seguimos frustrados buscándola, y quizá la
movilización popular de los jóvenes sea el inicio de un largo camino hacia
ella. La Palestina ocupada también vive otra forma de desplome, con la
división, la incapacidad de los líderes y el desplome de los valores. Y tal vez
la resistencia de Jerusalén sea un indicio de que se puede salir de esta caída.
Sin embargo, el desplome sirio es el más peligroso, porque
Siria es el corazón y pulso de la región, y si no construye su inmunidad
nacional, Palestina y Líbano permanecerán bajo la guillotina.
Desde 2003, el Levante vive en una “tormenta del desierto”
que se renueva con el cambio de jugadores. EEUU destruyó Iraq y lo dejó en
manos de los rellena-huecos radicales: Irán y Daesh, y ahora han llegado los
rusos para completar el tablero.
Sin embargo, el juego no habría tomado estos derroteros
salvajes si no hubiera sido por los regímenes dictatoriales, que establecieron
un precedente de destrucción de patrias y de humillación de la gente,
facilitando la misión a las fuerzas exteriores que no esconden su naturaleza
salvaje ni el hecho de que se han dejado arrastrar a las estupideces de la
fuerza y al juego complejo. Después del envalentonamiento de Bush, llegó el
acobardamiento del mentiroso de Obama y el pavoneo irrisorio de Putin. Y tras
Al-Qaeda y el salvajismo de Al-Zarqawi, llegó Al-Bagdadi, con el salvajismo de
la imagen y el brutal genocidio de las minorías, y llegaron también la Guardia
Revolucionaria iraní y Hezbollah con un discurso de guerra abierta y proyectos
de destrucción.
Nuestros países se han convertido en el escenario de la
guerra de los salvajismos, se ha expulsado a su gente de la ecuación, y se ha
perdido la inmunidad nacional. El camino para que termine este sacrificio
abierto no se iniciará si la gente no recupera su destino, sin atender a absurdas
ideologías apocalípticas y erigiéndose sobre los escombros del despotismo y las
ocupaciones.
[1] Abd al-Rahman al-Kawakibi (1855-1902) fue un intelectual sirio autor de "La naturaleza del despotismo", en el que analiza este fenómeno.
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