Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Yassin Al-Haj Saleh
Fecha: 03/12/2014
Los activistas y aquellos preocupados por lo que sucede en
Siria tienen ciertas reservas en torno al interés particular que han suscitado
los cuatro secuestrados de Douma: Samira Al-Jalil, Razan Zaytouneh, Wa’el
Hammada y Nazem Hamadi. Puede que se pregunten: “¿Por qué no hay tanta
preocupación por otros detenidos, ya sea en manos del régimen, de Daesh o de
quien sea?”. Zahran Alloush, el primer sospechoso de haber cometido este crimen
dio su opinión sobre el asunto, preguntándose por la razón de lo que a él le
parecía una preocupación hiperbólica por Razan Zaytouneh, obviando a Samira, Wa’el
y Nazem, que fueron secuestrados con ella, y sugiriendo que era necesario
preocuparse por las “mujeres de los musulmanes” detenidas por el régimen. Sin
embargo, en contra de tal opinión, creo que la cuestión no ha recibido el
interés que merecía, especialmente en el nivel político. Si no hubiera sido por
los seres queridos y amigos de los detenidos, estos habrían caído en el abismo
del olvido.
No sorprende que los amigos de Samira, Razan, Wa’el y Nazem
sean personas que trabajan en el ámbito público, capaces de mantener un amplio interés
relativo por su causa. Esto se debe a que estas dos mujeres y hombres estaban
en el núcleo de la actividad pública democrática desde el inicio del presente
siglo, y Samira en concreto desde los años ochenta del siglo pasado. Es bien
conocido además que fue detenida entre 1987 y 1991 por su actividad en una
organización de izquierdas opositora. Y ahí radica el elemento principal de
esta cuestión: los cuatro eran opositores conocidos del régimen asadiano desde
muchos años antes del inicio de la revolución, y no se trata de personas cuyas
historia de lucha haya comenzado con ella. Los cuatro han dejado registro de
una acción pública fructífera, organizada en torno a una visión intachable ética
y política previa.
En segundo lugar, los cuatro llegaron a una “zona liberada”
porque el régimen los buscaba y con la esperanza de retomar su actividad pública
en condiciones más favorables y libres. Siempre insistieron en integrarse en el
entorno local y buscar en él compañeros (de misión), y eso fue lo que hicieron
desde que la primera de ellos, Razan, llegó a Al-Ghoutta, la última semana de
abril de 2013. Su idea de acción pública es la de trabajar con la gente, toda
la gente, y no solo dedicarse a la alta política de los estados, como aquellos que
viven en las estrellas. A pesar de que ninguno sentía que iba a un lugar
extraño en el que necesitaran una protección especial, el vademécum de la
hospitalidad, por no decir los principios más básicos de la revolución, exigían
que se protegiera a dos mujeres y dos hombres que llegaron a la zona
perseguidos por el régimen.
En tercer lugar, los secuestradores no son el régimen
asadiano ni Daesh, sino fuerzas locales de Douma, en concreto una fuerza
llamada Ejército del islam, que también tiene peso en otras zonas de Siria,
además de tener representación de algún tipo en la Coalición Nacional, pues
está considerado como una fuerza revolucionaria. El crimen lo cometió una
formación que se supone que está interesada en primera y última instancia en
enfrentarse al régimen y proteger a los ciudadanos de este, y que extrae su legitimidad
de este deber concreto y de nada más. Ello presupone algún tipo de ayuda material
y política en nombre de la revolución y a cuenta de la misma.
El régimen trabaja para destruir la revolución, su causa y
toda nuestra sociedad, y no ha dejado de bombardear Douma y Al-Ghoutta
oriental. Por tanto, sus crímenes no nos sorprenden. Daesh es una formación
criminal que no esconde su enemistad con la revolución, los activistas civiles
y lo que estos representan. Pero quien ha cometido este crimen ha sido una
formación militar religiosa que espera, junto con muchos otros, que no la critiquemos
porque se enfrenta al régimen asadiano agresor. ¿Cómo se come eso?
¿Cómo se calla uno ante tal atrocidad con el pretexto del
enfrentamiento con el régimen? ¿Acaso quien comete un crimen como este está de
veras interesado y preocupado por la lucha contra el régimen a favor de la vida
y la libertad de los sirios? Si hay quien cree que el ejército de Zahran está
de veras comprometido con la revolución, o que al menos es fiel en su lucha por
“liberar las ciudades del tirano” (según respondió el portavoz del Ejército del
islam a una acusación directa del escritor de estas líneas poco después del
secuestro), que le presione para que libere a los secuestrados, y no mine su
fama con prácticas asadiano-daeshíes contra activistas desarmados; y que diga a
los secuestradores que enfrentarse al agresor asadiano no supone dedicarse a
secuestrar a la gente, encarcelarla y eliminar cualquier dato sobre ellos.
Por nuestra parte, no creemos que sea posible que un verdugo
sea un liberador, y quien quiera pruebas que busque en la historia del régimen
asadiano, verdugo del pueblo sirio solo preocupado por su autoridad, hecho que
le llevó a vigilar las fronteras con el territorio sirio que ocupan los
israelíes para proteger a Israel y su mantenimiento. ¿Podemos ser portadores de
la misma causa que quien secuestró a los cuatro activistas? Su crimen no solo
lo impide, sino que, más bien, nos dice que nos consideran enemigos.
Y aquí radica la cuarta razón de la especificidad de esta
cuestión y la necesidad de que se le dedique más interés y no menos. Ellos
cuatro nos representan, representan a la revolución siria con sus valores
liberadores, no como una lucha por el poder. Representan la política desde
abajo, con la gente, y no desde arriba. Representan la ampliación de horizontes
de pensamiento, y de horizontes políticos y éticos, no su estrechamiento o la
cerrazón de las almas. Representan lo público y patriótico en nuestra
revolución y la elevación por encima de los lazos sectarios, no el aferramiento
a ellos y la lucha en su nombre.
No fueron secuestrados y ocultados por infringir una ley conocida,
sino porque representan un modelo diferente de pensamiento, política y valores.
Así, la insistencia en que se les dedique más atención y en que se ejerzan
presiones simbólicas, políticas y legales sobre los secuestradores supone una
autodefensa, tan legal como lo era la autodefensa armada contra la máquina de
muerte del régimen.
No hay lógica ni principio justo que permita a nadie dedicar
menos interés al destino de las y los secuestrados. Por el contrario, se pide un
interés general mayor por todos los secuestrados, detenidos y desaparecidos, y
que no se deje a sus familias solas. El ideal al que aspirar es que todos los
secuestrados y detenidos obtengan el grado de atención general que aquel que
tenga más eco.
Lo que pedimos y esperamos que otros pidan, como
organizadores de la campaña de solidaridad con los cuatro detenidos y de
presión a los delincuentes, es que se mantenga la unión entre la cuestión de
los cuatro secuestrados de Douma y los detenidos y encarcelados por el criminal
asadiano, y entre los secuestrados y desaparecidos a manos de Daesh. Pedimos
que se ponga de manifiesto la unidad del sufrimiento a manos de los tres
agresores, y la unidad del significado de la acción por la libertad de todos
ellos y la libertad y dignidad de todos los sirios. ¿No es esa nuestra causa? ¿No
fueron la libertad y la dignidad las que hicieron estallar la revolución?
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