Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 24/04/2012
Los continuos avances de los que es testigo la revolución
siria ponen de manifiesto la profundidad de la crisis que vive el país. Tras un
año desde que se iniciara la revolución, el régimen despótico sigue siendo
capaz de amenazar políticamente y su terrible máquina represora sigue su
trabajo letal, asesino y destructor. Aunque una parte de esta realidad tiene
que ver con el apoyo ruso e iraní al régimen y a la dubitación internacional
ante el llamado “miedo a la alternativa”, la razón principal de esta situación
reside en el interior del país.
Ese defecto, o lo que parece un defecto, no es una
característica exclusiva de la revolución siria, sino que es una parte del
presente de las revoluciones árabes que estallaron de forma espontánea, como
expresión de una voluntad por encima de lo político; es decir, una voluntad
popular sin liderazgo político, y cuyo único proyecto era un grito de
emancipación de la humillación, la vileza y la falta de dignidad. Esta característica general es resultado del hecho de que la
política ha sido asesinada durante las últimas cuatro décadas, obteniéndose
como resultado directo la marginación y fragmentación de las fuerzas políticas
opositoras. Por ello, las revoluciones estallaron entre los jóvenes y con lemas
sencillos que se resumen en una única expresión que anuncia que “el pueblo
quiere derrocar al régimen”.
Las revoluciones árabes gozan de un punto fuerte que es su
espontaneidad y su carácter de estallido popular, pero este punto fuerte es
también su punto débil. En Egipto la usurpación del poder por parte de la
Cúpula Militar en una especia de golpe no habría sido posible si las fuerzas de
la plaza de Tahrir hubieran tenido la capacidad de formar un gobierno temporal
que anunciase la caída del régimen en la calle. Las fuerzas organizadoras con
programas políticos claros han estado ausentes, excepto en el caso de los
islamistas, que dudaron antes de unirse a la revolución y después intentaron
aliarse con el ejército para cambiar la apariencia del régimen, colocándole un
sombrero a Egipto la mitad del cual fuera un turbante y la otra mitad un casco
militar. Esta ausencia permitió a los militares tomar el poder, pero esta misma
ausencia hace de la reacción de las plazas una cuestión que no se toma en
consideración, complicando la lucha entre el general y el sheij por el poder.
Esta realidad es la que ha conformado hasta hoy el punto
débil de la revolución siria. La falta de un liderazgo eficiente que dirija las
diferentes actividades revolucionarias ha dejado a la revolución sin la
posibilidad de aventurarse a nada; más bien, ha sumergido a los dirigentes de
la oposición en el exterior en discursos aleatorios que carecen de toda
utilidad. Pero la revolución estaba en otro lugar, la revolución que se
enfrenta a un régimen que no tiene reparo en utilizar todas las armas para
bombardear, matar, destruir y violar, ha conformado su estructura social y
organizativa como racimos de uva; es decir, sin un liderazgo central,
intercambiándose las ciudades entre sí el papel de enfrentarse a la represión,
y así, la revolución no se apaga incluso tras la salvaje destrucción de Baba Amro
en Homs, por ejemplo. La disposición en forma de telaraña de las actividades
revolucionarias se ha extendido incluso a dentro de las propias ciudades, pues
ante la separación con tanques que ha hecho el régimen entre sus barrios, los
revolucionarios han logrado construir sus redes de manera que sean
independientes entre sí. De este modo, Al-Wa’r se manifiesta aunque Baba Amro esté
destrozado, y así sucesivamente.
Lo que parece una realidad adecuada para el enfrentamiento,
no es un reflejo de madurez política y organizativa, sino todo lo contrario: se
trata de una manifestación de la ausencia y marginación de las fuerzas
políticas. Además, demuestra la incapacidad del Consejo Nacional Sirio de
construir una visión política que ofrezca un proyecto para librarse de la
dictadura que empiece desde las bases de la revolución y sus luchadores sobre
el terreno.Tal vez esta carencia sea la causa principal que le otorga
al régimen esa capacidad de mantenerse. Es cierto que la máquina represora que
construyó Al-Asad padre al estilo norcoreano, es una máquina sorda, pero esa
sordera podría haberse roto con un proyecto nacional democrático con postulados
claros, que forme parte de la práctica popular diaria, y con la creación de diversas
estrategias de confrontación.
Un punto débil es un punto fuerte y viceversa. Esto explica
cómo y por qué el régimen no ha logrado acabar con la revolución. La “doctrina
de Hama” que inventó el régimen en 1982, ha sido aplicada por dosis, llegando a
su punto álgido en Homs, pero no ha servido, puesto que la máquina represora
está golpeando a un cuerpo de mercurio que, apenas conformado, se descompone y
vuelve a recomponerse. Por su parte, el aparato de seguridad se sorprendió con
el hecho de que su observación y vigilancia de los opositores era inútil, pues se
van creando continuamente nuevos liderazgos en lugares escondidos que el
régimen ni imaginaba, por ello “sus victorias militares” no sirven.
La revolución no se detendrá, y la posibilidad de que se
calmen los bombardeos con la llegada de los observadores internacionales, según
el plan de Annan, será una ocasión para renovar la fuerza de las campañas
populares para salir de nuevo. Ello sin soñar con que el régimen detendrá la
represión y las matanzas, sino que lo más probable es que la fantasía represora
y criminal nos sorprenda con nuevos métodos.
El punto débil de la revolución significa que el largo
sufrimiento seguirá prolongándose y que hay que un esfuerzo político y mental
que debe salir de los capullos que han comenzado a abrirse, y que todos los que
apoyan la revolución del pueblo sirio no deben escatimar su apoyo y su crítica.
Criticar las prácticas erróneas es apoyar, del mismo modo que la construcción de
una ética revolucionaria que comience por evitar el sectarismo y rechazar la
venganza se ha convertido en una misión urgente.
Nuestra admiración por la revolución, su espontaneidad y
nuestras sorpresa por los grandes sacrificios que han ofrecido los sirios y las
sirias no debe impedirnos señalar este punto de debilidad, que ya no puede
seguir aceptándose, y que indica el extraño y sorprendente retraso de la élite
política en lo que respeta al pueblo
Pero la revolución es la única opción, todo avance debe
partir de las realidades que ella misma crea, abriéndose así nuevos horizontes
para cimentar los valores revolucionarios. Todo lo demás que se diga y toda
llamada a la tolerancia con el régimen en nombre de los errores de la
revolución y sus problemas es desertar de la política y la vida.
No hay alternativa a la revolución. No habrá marcha atrás
hasta la caída del régimen y la fundación de la democracia. Desde esos dos
puntos parte la política, que ha de mantenerse fiel al grito salido de lo más
profundo, y que convirtió un reclamo de dignidad humana en el mayor
acontecimiento histórico de la historia moderna de los árabes.
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