Texto original: Al-Jumhuriya
Autor: Yassin Swehat
Fecha: 21/06/2017
Manifestación en la calle 23 de febrero de Raqqa en otoño de 2013.
Nunca antes
habían circulado tal cantidad de mapas tan detallados de la ciudad de Raqqa
como los que hoy encontramos en los medios de comunicación (locales, árabes e
internacionales). Los más concretos, que son aquellos que llevan los nombres de
cada calle, barrio y callejón, se encuentran principalmente en lengua inglesa.
Las páginas que han seguido los enfrentamientos armados y los observatorios de
operaciones militares, que se han multiplicado en los últimos años, se
actualizan cada hora mediante el cambio de colores de las calles y los barrios
según el avance de las Fuerzas Democráticas Sirias, apoyadas por la Coalición
Internacional contra Daesh, y su repliegue hacia las zonas centrales de la
ciudad.
Quien examina
los nombres de las calles y barrios en dichos mapas se encuentra con una mezcla
entre los nombres por los que la gente de la ciudad los conoce y los nombres
oficiales; es decir, los que aparecen en las placas azules que al Ayuntamiento
de Raqqa colgó en las paredes a finales del siglo pasado, y que en realidad
apenas se usan en la ciudad. Estos últimos, los nombres oficiales, los conocen
mejor los expertos militares y técnicos de la Coalición Internacional que
nosotros, los oriundos de la ciudad, que abrimos el mapa para asegurarnos de
dónde está un barrio cuyo nombre se menciona en las noticias, y advertimos su
localización en la espiral de colores cambiantes mientras nos ayudamos de
calles cuya extensión conocemos para así adivinar la localización del barrio.
Los expertos
militares y técnicos también saben lo que la mayoría de nosotros no sabemos en
absoluto; es decir, las coordenadas de los edificios y calles concretas, y
quizá los puntos en los que se concentran las fuerzas de Daesh o sus depósitos
de armas. Nosotros no conocemos más que el lugar donde están nuestras casas,
las de nuestros familiares y las de nuestros amigos, así como nuestras
escuelas, nuestros complejos comerciales e industriales, los parques y las
plazas. Ni siquiera podemos indicar cómo llegar a los eternos socavones en las
carreteras o determinar sus medidas numéricamente… No somos expertos militares.
Los expertos
militares y técnicos también conocen, y junto a ellos, los políticos,
académicos y periodistas, además del público general, muchas de las acciones
que Daesh ha perpetrado en la ciudad. Todos han visto las imágenes de
crucifixión, de latigazos, de amputación de miembros y de degüello que Daesh ha
difundido con tan alta definición, que casi puede competir con la concreción y
claridad de los mapas de la situación militar actual. También han visto y
escuchado de nosotros muchas historias, a las que se han acercado con un
entusiasmo que bien conoce quien se ha entrevistado con periodistas y expertos
(y quizá políticos) que quieren que la gente de Raqqa les cuente sobre la liga
del terror y asesinato daeshiana. Tal vez no saben que nosotros, cuando
hablamos de alguien que ha sido secuestrado decimos “los del Daesh shaluhu”,
o que, cuando nos contamos la noticia de que alguien ha sido degollado decimos
que “qassuhu”, y nadie traduce esas expresiones en toda su literalidad
al inglés [1]. Algunos de ellos conocen los nombres de nuestros muertos y
desaparecidos porque están aburridos de oírnos mencionarlos, pero la mayoría no
lo sabe porque no les interesa. Las imágenes, en alta resolución o tomadas
con móviles temblorosos, muestran carne,
y la carne no tiene nombre ni personalidad, ni familiares, ni amigos, ni
vecinos. El ciclo de la vida de la carne vista en píxeles es extremadamente
corto, apenas unos segundos contados.
Sin embargo, el
público internacional, y los círculos políticos y militares internacionales,
escuchan, hablan de y ven continuamente “el bastión del Califato”, hasta el
hartazgo y la saciedad. Desde hace años, las noticias sobre ello colman los
periódicos y las cadenas de televisión, en concreto cada vez que Daesh perpetra
un atentado terrorista allí, en París, Londres o Bruselas. Las coordenadas
dispersas en los mapas de alta resolución se incendian y se vuelven de un rojo
provocativo, para recibir los golpes aéreos que sirven de
castigo a Daesh en el corazón de “su capital”.
Raqqa tiene una
historia, según lo establecido en los círculos políticos y militares, de unos
cuatro años, la edad de la “capital del Califato”. Raqqa nació, según los
primeros datos públicos, en la sede de la gobernación provincial, la terrible
sede de Daesh, y maduró como una densa red de coordenadas. Hay mucha carne que
cuelga de esta red, carne que, en un solo día, no se puede comparar con las
víctimas del terrorismo en París, Londres y Bruselas, porque esas víctima tiene
una entidad y una posición que no se puede equiparar con la de los que residen
en “el bastión de Daesh”.
La víctima es
molesta: necesita –si sobrevive-,
o los suyos necesitan –si muere-
consuelo, cariño, duelo y honores; y después, ayuda para que quien queda vivo
se levante de su dolorosa situación y salga de su desgracia de cara al futuro.
¡Eso es mucho! Todo lo que recibiremos será un reconocimiento parcial de que
somos daños colaterales en los informes militares que reconocen
la muerte de cientos de civiles a causa de bombardeos de la Coalición, o
los ataques de la artillería de las Fuerzas Democráticas Sirias. Los términos
en inglés son más elegantes y menos “dramáticos” -dónde va a parar- que “lo arrancaron”, “lo
cortaron” o “su casa está en el suelo”.
No se nos ha
reconocido como iguales en sufrimiento (a pesar de que nuestro sufrimiento es
el mayor), ni tampoco se nos ha reconocido como iguales en el significado y el
valor. La igualdad es enemiga del realismo activo y complica mucho la lucha. La
igualdad significa que somos partícipes, y eso no lo contemplan las exigencias
de la batalla para poner fin a esta terrible organización terrorista. Ahora
Daesh está perdiendo la batalla, y perderá “su bastión” en breves en una
batalla en la que no querían que fuéramos –como nosotros tampoco queríamos- partícipes, sino que nos
obligaron a ser una gelatina silenciosa y negativa, que se encierra en el
silencio hasta que se le ordena marcharse a campamentos militares que no sabemos
cuánto aguantarán, sin saber quién de nosotros volverá a su casa –si aún le
queda casa a la que volver-
y donde se nos exigirá demostrar que no somos miembros ni simpatizantes de
Daesh. Han sido cuatro años pesados y “el síndrome de Estocolmo” tal vez nos ha
convertido en corta-cabezas mimetizados con con el “corte” (qass) de
nuestra familia y amigos.
Entre las calles
de Al-Mutazz y Al-Wadi hay una serie de callejuelas estrechas y entrelazadas,
que se llaman “los siete caminos” o “las siete calles”. La mayoría de sus casas
son antiguas y de un solo piso, y dan a calles estrechas por las que apenas
puede pasar un coche pequeño, no sin dificultad. Esta zona recibió hace unos
días una ráfaga de misiles que acabaron con la vida de una familia entera.
Desconocemos las coordenadas de “los siete caminos” y por eso somos incapaces
incluso de argumentar “el realismo” sobre la utilidad militar del bombardeo, y
nos vemos obligados a callar nuestro dolor para que no se adivine en nosotros
un atisbo de daeshización planeando sobre nuestras cabezas, muchas de las
cuales ya rodaron a manos de Daesh. Tampoco conocemos las coordenadas de la
casa de los Saado. Solo sabemos que está al sur de la calle Al-Mansur, en una
zona de alta densidad de población y que también ha recibido su propia tanda de
bombardeos. La familia Saado ha perdido dos hermanos jóvenes a consecuencia del terrorismo de Daesh.
El primero, Muhammad, fue víctima del terrorismo de los primeros brotes del
incipiente Daesh, cuando trabajaba en labores de rescate. El segundo, Bisher,
fue degollado en venganza por su
actividad mediática contra la organización criminal.
Por otra parte,
tampoco conocemos las coordenadas de Al-Huta, la cavidad natural que Daesh utilizaba para
lanzar los cadáveres de sus víctimas, de Raqqa y de fuera, civiles y combatientes, kurdos y árabes, y que dejó
de estar bajo control de Daesh hace varios meses, para lograr la atención del
mundo, el de la Coalición, sobre el hecho de que necesitamos ayuda para
descubrir el paradero de cientos de desaparecidos que Daesh “arrancó” de entre
los suyos.
No sabemos leer
coordenadas en los mapas… Eso es culpa nuestra. Pero las presas que han caído
en manos de las Fuerzas Democráticas Sirias, con apoyo de la Coalición
Internacional, no necesitan coordenadas para encontrarse, y todas se han usado
como prisiones. Lo sabemos gracias a los testimonios de las personas de la
ciudad que han tenido suerte y han salido vivos de ellas. La prensa
internacional también lo sabe, porque se han considerado como lugares potencialmente
utilizables para encarcelar a rehenes occidentales, periodistas y activistas.
La Coalición Internacional no ha emitido ninguna declaración al respecto de su
registro, los datos recabados o los restos allí encontrados. Tampoco han
publicado ninguna imagen o prueba, ni han consultado a las familias de los
desaparecidos para hacer ningún tipo de investigación.
Daesh perderá
“su bastión” dentro de poco, y será una noticia de dimensiones mundiales. Cada
derrota de Daesh es una noticia feliz para el mundo, y para nosotros también,
pero la pérdida de Daesh de “su capital” no se equipara a la recuperación por
parte de los habitantes de Raqqa de su ciudad, con todo lo que ello significa.
Una equiparación por la que, quien la señala, es rápidamente acusado de agitar
su odio contra el grupo terrorista, incrustado en su vida y la vida de su
ciudad. No solo hemos perdido la capacidad de ser partícipes en la batalla de
nuestro destino, sino que hemos sido molestos en el sentido de que nuestras
familias, casas, intereses, recuerdos y vida estaban en el lugar equivocado,
molestando y entrelazándose entre las líneas de coordenadas.
No se nos ve por
detrás de la densa red de coordenadas. Apenas se ve la carne silenciosa y molesta.
Nació en 2014 y morirá cuando Daesh pierda “su bastión”. No somos carne.
Nacimos antes que Daesh. Queremos vivir mucho después de ellos, y queremos
vivir con dignidad. ¿Cuáles son las coordenadas de la dignidad?
[1] Shaluhu,
literalmente “lo quitaron o arrancaron”, conlleva el significado de que se lo
han llevado como si de un objeto se tratase y lo han tirado en algún lugar. Qassuhu,
literalmente “lo cortaron”, implica un nivel de violencia muy alto en la
expresión, como si se tratara de una hoja cortada de raíz.