A continuación reproducimos la carta de Yassin Al Haj Saleh publicada en castellano originalmente en la edición digital del diario El Mundo, redactada el 28 de junio en la provincia de Damasco y aparecida en árabe en Al-Jumhuriyya con fecha 7 de julio tras publicarse varias traducciones a diversas lenguas.
Accediendo a la petición del autor, le damos la máxima difusión:
"Queridos amigos:
Hace unos tres meses me dirigí a la zona liberada de Al-Ghouta 
oriental, dejando atrás la capital, Damasco, donde la vida se había 
vuelto asfixiante. Fueron necesarias varias semanas y una minuciosa 
preparación para que pudieran sacarme con éxito de una ciudad dividida 
por cientos de controles y barreras, y que Bashar Asad quiere conservar 
como centro del poder que heredó de su padre a principios de este siglo. 
En Al-Ghouta oriental viven hoy cerca de un millón de personas,
 cuando antes de la revolución sus habitantes alcanzaban los dos 
millones. Durante los últimos tres meses ha pasado de ser el foco de 
partida de la revolución armada hacia la capital a ser una zona cercada 
por todas partes gracias al apoyo que ha recibido el régimen de las 
potencias internacionales radicales como Rusia e Irán, y de las milicias
 libanesas e iraquíes relacionadas con la última.
Durante ese tiempo, he sido testigo de la flagrante escasez de armas y
 municiones, e incluso de la falta de alimentos entre los combatientes. Muchos de los que se encuentran en el frente apenas comen dos platos al día,
 y si no se tratara de combatientes procedentes de la zona, que 
defienden sus pueblos y familias, y que viven de lo que viven los demás,
 la situación sería mucho peor.
Las ciudades y municipios por los que he pasado y en los que he 
vivido en estos meses son bombardeados a diario de forma indiscriminada 
con aviones, artillería, misiles y proyectiles, y cada día caen víctimas
 que son civiles en su mayoría. He estado durante un mes en un punto de 
defensa civil desde donde he podido ver a todos los que morían. Algunos se convertían en un montón de miembros y vísceras imposibles de distinguir,
 otros eran niños, y entre las víctimas estaba también un feto en el 
sexto mes de gestación, que su madre había perdido aterrorizada por lo 
cerca que estaban los bombardeos de su casa.
No ha pasado un solo día durante estos meses sin que haya habido 
víctimas, dos o tres generalmente, pero hubo nueve un día, 28 otro y 11 
un tercer día. El número aumenta últimamente, y pocas veces se queda por
 debajo de la media docena diaria. Entre las víctimas, recientemente ha habido otro feto, cuyos rasgos ya se habían dibujado, y del cual se dice que estaba también en el sexto mes de gestación y que perdió otra madre asustada.
Además de los civiles, cada día caen muchos combatientes jóvenes alcanzados por las armas de una fuerza salvaje superior militarmente, y que además cuenta con un mayor apoyo.
Toda la zona está sin electricidad desde hace ocho meses, por lo que 
la gente ha tenido que recurrir a generadores, que fallan continuamente y
 que precisan de combustible cada vez de forma más acuciante debido al 
bloqueo impuesto. Ello implica que no se puede refrigerar ni conservar 
la comida en verano en una zona extremadamente calurosa. Las líneas 
móviles y de teléfono están cortadas también y desde hace unas semanas 
escasea la harina.
Durante unas dos semanas apenas hemos podido conseguir pan y nos 
apañamos con sémola de trigo y arroz, y generalmente comprando comida 
preparada de los pocos restaurantes que quedan. Yo personalmente tengo suficiente ya con dos platos. Pero de forma temporal, pues ya he perdido unos 10 kilos.
Nos comunicamos por medio de las redes por satélite que nos llegan de contrabando con
 muchas dificultades y que usamos para hacer llegar información y 
noticias a otros sirios y al mundo. Pero esto sólo lo pueden hacer unos 
pocos. Hace unos días, cayó un proyectil muy cerca de donde nos 
encontramos, e internet quedó cortado un tiempo. Podría haber pasado lo 
peor: el proyectil podría haber caído sobre nuestro tejado y haber 
destruido los esfuerzos de dos meses para asegurar el aparato.
Lo peor con diferencia, no obstante, sucede cada día con el creciente
 número de víctimas que son enterradas a toda prisa, acompañados por un 
mínimo grupo de personas, que se apresuran por miedo a que les caiga un 
proyectil encima. Eso ya ha pasado y de hecho, una vez fui testigo de cómo se enterraba al fallecido menos de una hora después de caer,
 sin que su mujer e hijos pudieran verlo por última vez. Su cuerpo 
estaba destrozado y había perdido partes del mismo. Los de mayor edad de
 la familia consideraron que no era la mejor imagen para permanecer en 
la memoria.
Nosotros, yo y unos amigos y amigas, seguimos vivos. En Damasco 
estábamos amenazados por la posibilidad de detención y tortura salvaje, 
de la que quizá no saliéramos con vida. Aquí estamos seguros en ese 
sentido, pero nada nos garantiza que un proyectil no caiga sobre nosotros en cualquier momento.
Compartimos con cerca de un millón de personas el hecho de que 
nuestro destino se nos ha escapado de las manos por completo y de que se
 ha abierto el abismo de las peores posibilidades. Cada vez que llego a 
la puerta de casa, siento que me he salvado de morir alcanzado por un 
proyectil o por fragmentos del mismo. Pero sigue siendo posible que la muerte llegue por la ventana o por la puerta.
Hoy, 28 de junio, han caído tres proyectiles entre las 12:00 y las 
12:30 del mediodía en un lugar cercano a donde estamos, casi a la hora 
de la oración del viernes para los musulmanes creyentes. Entre lo que 
más me llamó la atención en los primeros días aquí fue que una semana la
 llamada a la oración del viernes se produjo a eso de las 9:30 de la 
mañana; es decir, tres horas antes de lo habitual. A esa mezquita, le 
siguieron otras con un intervalo de media hora entre cada una.
Cuando pregunté el porqué me dieron una explicación sorprendente: la 
idea era evitar que un gran número de fieles se concentraran en las 
mezquitas de la ciudad en un momento concreto, y no dar así oportunidad 
al régimen de provocar un mayor número de víctimas, como ya había 
sucedido. En la ciudad en la que me encontraba, cinco mezquitas habían 
sido destruidas.
Es mucho más doloroso que un tercio de los niños no puedan ir aquí a las escuelas,
 porque sus familias tienen miedo y porque no hay escuelas cercanas. Las
 pocas que siguen funcionando lo hacen en sótanos bajo tierra para 
evitar los bombardeos, pero con eso evitan que los niños jueguen y 
corran al aire libre. Los hospitales también están bajo tierra.
La gente aquí libra su lucha con una sonrisa, pues saben que una 
terrible masacre les espera si el régimen logra dominar la zona de 
nuevo. Quien no sea asesinado en el acto, será detenido y sometido a una
 tortura extremadamente salvaje. Las opciones de los habitantes se 
reducen: morir resistiendo la agresión fascista del régimen criminal o 
morir a manos del régimen mismo de la forma más horrible si dejan de 
resistir. Las almas de la gente se estremecen y mi propia alma se 
estremece en lo más profundo ante la idea de que este mismo régimen nos 
gobierne de nuevo. Imagino lo peor si dejan de resistir. 
Durante los seis largos meses que la revolución siria fue pacífica, 
la política de las potencias influyentes en el mundo fue dejar que los 
sirios fueran asesinados con un promedio diario creciente, y garantizar 
al régimen que podía hacer todo lo que quisiera con total impunidad.
Esto recuerda al comportamiento de las democracias occidentales 
frente a Hitler poco antes de la Segunda Guerra Mundial. La situación 
actual es resultado directo de que dichas potencias se hayan abstenido 
de apoyar a los revolucionarios sirios, no sólo mientras las potencias 
que apoyan al régimen no dejaban de proporcionarle armas, dinero y 
hombres, sino también mientras aumentaban ese apoyo e intervenían 
pública y directamente.
Finalmente, cuando el mundo entero supo que el régimen de la dinastía asadiana había utilizado armas químicas -algo
 que yo mismo pude constatar hace dos meses, como también otros amigos 
basándose en su propia experiencia-, y después de que se asegurara que 
el uso de armas aéreas y misiles de largo alcance contra las ciudades y 
barrios residenciales no tendría que enfrentarse más que a voces cada 
vez más tenues, tras todo eso, las potencias occidentales decidieron 
apoyar a los revolucionarios sirios con armas, cuyo objetivo no iba más 
allá del hecho de devolver el equilibrio que facilitó que la balanza se 
inclinara a favor del régimen.
No hay dos males iguales en Siria. La recuperación del equilibrio significa prolongar la lucha siria 
para que ambas partes pierdan, algo de lo que ya existen precedentes en 
la historia de las democracias occidentales, mientras que lo que se 
exige es algo que garantice el derrocamiento del régimen o, al menos, que se obligue a sus aliados a rectificar en su apoyo a la guerra criminal abierta.
Esta política no es sólo corta de miras, y no sólo llevará a la 
prolongación de la lucha, sino que también es inhumana en su máxima 
expresión. No hay dos males iguales en Siria, como lo 
pintan por desgracia muchos medios de comunicación occidentales, y al 
contrario de lo que dicen los informes de Naciones Unidas y las 
organizaciones internacionales, aunque la lucha en Siria no sea entre 
ángeles y demonios.
Hay un régimen despótico fascista que ha matado a cerca de 100.000 
revolucionarios a los que gobernaba y hay un sector variado que se ha 
rebelado contra él, partes del cual se han radicalizado debido a la 
prolongación y crueldad de la lucha. Esta radicalización es cada vez más
 difícil de combatir para la sociedad siria. Cuanto más se abandone a los sirios a su suerte, más probable será que aumente el extremismo como el de estos grupos radicales y que se debiliten la lógica de la moderación y el racionalismo.
Por propia experiencia sobre el terreno, esto es lo que está pasando.
 Cuando caían nuevas víctimas, especialmente niños, me llegaban miradas 
interrogantes por parte de los imanes de los organismos de protección 
civil, que se preguntaban por el valor y utilidad de las palabras 
calmadas "racionales" que suelo emitir.
Sólo hay una cosa correcta hoy desde el punto de vista del interés 
general de los sirios y desde el punto de vista humanitario, que es 
ayudar a la sociedad a deshacerse del Gobierno de la dinastía asadiana, 
que se comporta como si fuera dueño del país. Como si los sirios fueran 
siervos suyos. Todo será difícil en Siria tras el asadismo, pero 
deshacerse del criminal incitará a la gente a interactuar de forma más 
moderada en la sociedad siria y a que los sirios se planten delante de 
los más radicales.
Mucho peor sin lugar a dudas es prolongar la lucha y su coste humano y material, como también es peor quedarse mirando cómo el pueblo sirio es asesinado con las armas de Rusia
 y a manos de asesinos locales, libaneses, iraquíes y de otras 
nacionalidades. Del mismo modo, es peor imponer un acuerdo que no 
castigue a los criminales y que no trate con seriedad los problemas del 
país.
En ocasiones oímos de los políticos estadounidenses y occidentales 
que no hay solución militar a la lucha siria, pero ¿dónde está la 
solución política? ¿Cuándo ha dicho Bashar Asad, tras cerca de 28 meses 
de revolución y 100.000 muertos, que está dispuesto de veras a entrar en
 negociaciones serias con la oposición y a repartir el poder? ¿En qué momento ha parado de matar desde hace unos 850 días?
Lo cierto es que no hay solución política si no es obligando al carnicero a dimitir,
 ahora y sin dilación, y con él a todos los líderes de los asesinatos en
 su régimen. Ello proporcionará a los revolucionarios sirios algo 
importante: lo que han pedido desde el principio por medios pacíficos. Y
 ello fortalecerá las posturas de los moderados y abrirá la puerta al 
aislamiento de los radicales y la firma de un pacto justo, que la zona y
 el mundo necesitan, y los sirios antes que nadie.
Queridos amigos, no nos habríamos dirigido a vosotros si la cuestión 
siria no fuera una de las grandes cuestiones del mundo y de las más 
peligrosas de las últimas décadas, pues ha provocado que cerca de un 
tercio de los habitantes hayan sido arrancados de sus casas para 
marcharse a otras zonas del interior o al exterior. Además, hay cientos 
de miles de heridos e inválidos y cerca de un cuarto de millón de 
detenidos son víctimas de terribles torturas. Las mujeres y niños arrestados son violados,
 tal y como han certificado los informes de Amnistía Internacional y 
Human Rights Watch, además de los organismos sirios más fiables.
Las fuerzas asadianas han perpetrado masacres colectivas, algunas de 
las cuales han sido certificadas por los informes de la ONU. Y todo ello
 para garantizar el mantenimiento de un gobernante que heredó el Gobierno sin derecho ni merecimiento de un padre que se hizo con el poder por la fuerza y que gobernó el país con sangre.
Nos dirigimos a ustedes hoy, como líderes de opinión en sus países, 
para que presionen a sus gobiernos con vistas a que adopten una postura 
firme contra el asesino, y que apoyen el cambio del régimen de la 
dinastía asadiana. Eso es lo único humano y progresista que se puede 
hacer, pues no hay nada más retrógrado y fascista en el mundo de hoy que un régimen que mata a su pueblo y
 que trae a los asesinos de países y organizaciones aliadas con él, 
provocando una guerra sectaria, que no es difícil hacer estallar, pero 
que tal vez sea imposible detener antes de llevarse por delante a 
cientos de miles de personas. 
Pedimos hoy su apoyo, mañana puede ser demasiado tarde". 
Traducción de Naomí Ramírez Díaz

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