Texto original: Al-Jumhuriya
Autor: Yassin al-Haj Saleh
Fecha: 13/02/2017
Ilustración incluida en el informe de AI
A los
mártires de Seidnaya [1]
Nosotros, los sirios, no podemos
dejar de hablar, pero tampoco podemos hablar. Lo atroz reta, continua y
repetidamente, nuestras palabras y las destroza. En cada ocasión, sentimos que
un silencio infinito es lo único que puede preservar nuestra dignidad y honrar
a aquellos de entre nosotros a quienes les han sucedido verdaderas atrocidades. Pero volvemos, una vez
tras otra, a utilizar las palabras corrompidas que han sido agraviadas una y
otra vez. No podemos parar. Queremos que nuestras voces sean escuchadas,
pero nadie las escucha. Se han convertido en un estruendo automático y monótono
que no llama ya la atención de nadie. Es como si fuéramos la máquina que
funciona en el backstage, cuyo sonido llama a los oídos de quienes están en el
escenario, pero no la escuchan.
Y a pesar de ello, hablamos.
Queremos que nos escuchen y nos vean. O que se sea testigo de nosotros.
Queremos decir que nosotros somos la escena. Lo atroz son nuestros cuerpos
corrompidos, los cuerpos de nuestros hermanos, amigos y seres queridos. Esa es
la escena, es el suceso al que deben dirigirse las miradas y al que los oídos
deben prestar atención. Hablamos. ¿Cómo vamos a guardar silencio?
Pero la experiencia de las
palabras corrompidas es real, y no se puede ignorar. Si insistimos en hablar,
debemos recomponer nuestras palabras; en caso contrario, aumentará su
corrupción. Ello supone hacer de nuestros discursos y textos un espacio en que
recomponer las palabras, en el que inventar palabras nuevas, y en el que
producir un silencio que no suponga la incapacidad de hablar. Por el contrario,
ha de ser el silencio creador que precede a las palabras y significados, en el
que las palabras recuperan su salud y en el que se generan nuevas palabras.
Nuestras palabras no son
escuchadas. Callémonos para que nos escuchen.
Nosotros, los sirios,
necesitamos un suceso verbal en el que reflexionar sobre nuestras palabras,
sentirlas, y expresar nuestro respeto por ellas y nuestra preocupación por su
bienestar y dignidad.
Puede que un día de absoluto
silencio, un día en que no hablemos, ni nos expresemos, ni nos comuniquemos,
sea ese suceso. Un día de aislamiento elegido también. Un día de retiro, aunque
estemos en la calle y rodeados de gente.
El día de nuestra oración inquieta por las palabras torturadas y quebradas, por las palabras que han muerto, por las palabras que nacen y por las palabras que se han salvado y han seguido viviendo.
Un silencio que celebra el espíritu
de las palabras, el significado: su vida, su perseverancia frente a la
atrocidad, su capacidad para moverse a través de las culturas y el tiempo, y su
poder de resistencia ante lo atroz.
Se trata también de una protesta
contra un mundo de estruendo, y un elemento para construir nuestra nueva
identidad.
Nosotros, los sirios…
[1] Se puede consultar aquí el informe que motivó este texto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario